
Imagen de archivo de Elon Musk
Hace unas noches vi por televisión The apprentice (El aprendiz), la película sobre la juventud de Donald Trump, en la que queda meridianamente claro que el hombre anaranjado no habría llegado tan lejos de no ser por el apoyo del turbio abogado Roy Cohn (el hipócrita judío y homosexual que despreciaba a judíos y homosexuales y que sirvió de inspiración para la pieza teatral Angels in America), a cuya buena sombra se cobijó el Donald cuando quería independizarse de su padre, un constructor tirando a cutre.
Poco después vi a Trump en el despacho oval de la Casa Blanca en compañía de Elon Musk (y su hijo X, de cuatro años, que antes no se llamaba Twitter) y pensé que el Donald está reproduciendo con el magnate sudafricano (Pretoria, 1971) su relación con Roy Cohn. Daba gusto ver a Trump sonriendo benévolamente ante cada frase de Musk, como si fuese su chaval y estuviera muy orgulloso de él (mientras el crío iba haciendo el zascandil por ahí, llegando al extremo de meterle los dedos en las orejas a su señor padre).
Ya sabemos que Trump ha designado sucesor en la figura de su hijo menor, Barron, pero mientras éste crece y se familiariza con el mundo de la mangancia y la explotación, es como si Elon le funcionara a la perfección como compañero de juegos. Y ni siquiera es norteamericano. Pero Trump se lo perdona porque Musk es americano por convicción (y porque para algo contribuyó a su campaña electoral con 270 millones de dólares). Y, además, no se puede negar que forman un dúo explosivo: el fullero mayor del universo y el hombre más rico del mundo.
Como era de prever, los 270 millones de euros no eran un regalito. A cambio, el Donald ha puesto a un extranjero a controlar los monises de los Estados Unidos de América. Elon es muy bueno despidiendo a gente, como pudieron comprobar en Twitter todos los empleados que se fueron a la calle cuando el pretoriano lo compró, y ahora se va a poner las botas echando de la administración federal a todos los funcionarios que le pida su jefe y a los que a él le apetezca despedir por su cuenta y riesgo.
Vamos a ver, yo doy por hecho que Musk es un tío muy listo. Hay que serlo para llegar a acumular la mayor fortuna del planeta y fabricar coches, cohetes, drones (si te portas mal, te los quito, Volodimir Zelenski) y lo que haga falta, pero no me negarán que el sujeto es un friki del copón. A mí me cuesta distinguirlo de los villanos de las películas de James Bond. Empezó su carrera con fama de progresista y ahora es más reaccionario que su propio jefe. Está emperrado en repoblar la Tierra él solo: ya tiene doce hijos, alguno de ellos por gestación subrogada. ¿Qué vio en él la cantante Grimes, figura pop de cierto interés? ¿Para qué se mete uno en política cuando se es el tío más rico del mundo? ¿Por qué hace el saludo nazi y sus sicofantes dicen que no era el saludo nazi?
La relación entre Cohn y Trump acabó como el rosario de la aurora. ¿Acabará igual la de Trump y Musk? Me parecen dos gallos muy grandes para compartir corral.