
Rosa Peral pasa frente a Albert López durante el juicio
"Femme fatale" a la que salta
Rosa María Peral Viñuela (Badalona, 1983) siempre me ha parecido un personaje fascinante, en su condición de parodia cañí de cualquier femme fatale del cine clásico de Hollywood.
Como ustedes recordarán, alcanzó cierta fama hace unos años al verse involucrada en el llamado Crimen de la Guardia Urbana. Se lo recordaré a quienes lo hayan olvidado: Rosa trabajaba en la Guardia Urbana de Barcelona y tenía marido e hijas, lo cual no le impedía dedicarse al poliamor (o algo parecido) con dos colegas de profesión. Un buen día debió hartarse de tener que pasarse la vida disimulando y optó por asesinar a uno de sus compadres de la policía local con la ayuda del otro, intentando, además, si no recuerdo mal, cargarle el muerto al marido.
En resumen, una versión cutre y chapucera de clásicos de Hollywood como Double indemnity, pero con una falta de finezza tal que se descubrió el pastel de inmediato y nuestra Rosa y su cómplice acabaron los dos en el talego, no sin antes intentar echarle la culpa de todo el uno al otro (no coló).
El caso se alargó más de la cuenta porque la señora Peral se encargó de montar unos buenos cirios en los penales por los que iba pasando, donde solía liarse a sopapos con otras reclusas. Parece que no se llevaba muy bien con sus compañeras de celda y que había que cambiarla de sitio con cierta frecuencia. Vamos, que la señora era de armas tomar. Nada que ver con lo del beato Junqueras, quien, sin recurrir a la violencia, agotó la paciencia de varios compañeros de encierro con sus tabarras independentistas. Como dijo uno de ellos: “Estoy dispuesto a cumplir mi condena, pero aguantar las chapas patrióticas de este señor ya me parece excesivo”.
Cuando nos empezábamos a olvidar de la señora Peral, a Netflix se le ocurrió rodar El cuerpo en llamas, una miniserie sobre el crimen de la Guardia Urbana en el que el papel de Rosa Peral lo interpretaba Úrsula Corberó.
Puede que otra se hubiese alegrado de que la representara la escultural protagonista de La casa de papel, pero nuestra Rosa no. Nuestra Rosa se sacó de la manga que se le estaba faltando al respeto, que se ponía en duda su buen nombre (¿qué buen nombre?) y que sacaban a su hija, que era menor edad y merecía un poco más de respeto. Todas esas inconveniencias las tasó en 30 millones de euros, demandó a Netflix y se hizo con una abogada que jugó la carta feminista asegurando que, de tratarse de un hombre, los responsables de El cuerpo en llamas no habrían sido tan paternalistas, machistas e insultantes como con su clienta.
No sé ustedes, pero a mí me parece una jugada de quitarse la boina. Hacerse la pobre mujer desvalida y víctima del machismo después de haber participado en un asesinato es de una desfachatez admirable. No parece que se vaya a salir con la suya, pero, de momento, ya ha obligado a Netflix a recurrir a sus abogados. Eso sí, para que veamos que lo que más le preocupa en el mundo es su hija, la señora Peral ha dividido el improbable botín en 26 kilos para la niña y cuatro para ella. No sé de qué le van a servir los cuatro milloncetes en el trullo, pero, tal como está el patio, igual un día Irene Montero le concede el indulto y puede volver a la calle con los bolsillos llenos.