Obsesionado como está por su legado (la posibilidad de que le enchironen a todos sus retoños no parece quitarle el sueño, comparada con la imagen que quedará de él en un futuro, cuando ya no esté entre nosotros para recordarnos todo lo que hizo por Cataluña y lo poco que se lo hemos agradecido, total, por una deixa de nada), Jordi Pujol se apunta a cuanto homenaje se le rinde, ya sea en Barcelona o, como ocurrió hace un par de días, en Castellterçol, villa natal del inolvidable Enric Prat de la Riba, con quien nuestro héroe encuentra muchos puntos de contacto.

Como los homenajes se suceden con una frecuencia pasmosa y debe costar encontrar presentadores variados para el acto de turno, observo que se ha optado por una especie de compañía estable en la que casi siempre están Artur Mas, Josep Rull y demás figurones del prusés, permanentemente dispuestos a sacar al santo en procesión, aunque en ocasiones cueste un poco seguirle el hilo, pues el hombre ya tiene 94 años y a veces se le va un poco la flapa. El problema, como pudo comprobarse en Castellterçol, es que en ocasiones se le va hacia donde no debe, y los miembros de la claque se pueden quedar ligeramente a cuadros.

Yo supongo que a Pujol lo sacan a pasear para que delire un poco sobre la independencia inminente, la maldad intrínseca de los españoles, la necesidad de incrementar el ritmo reproductivo de los catalanes y la urgencia de tomar medidas en defensa de la lengua catalana que, al parecer, se nos muere de asco (o eso sostienen en los digitales del ancien regime). Es decir, para que les alegre un poco la vida a los procesistas que aún quedan, que bastante asqueados están para tener que escuchar encima según qué cosas.

De hecho, lo máximo que se le permite a Pujol es que se lamente por la muerte de CDC, un duelo al que suele apuntarse Artur Mas, que aún no ha superado aquel triste momento en el que las indocumentadas de la CUP lo arrojaron al basurero de la historia y no ve la hora de quitar de en medio a ese garrulo de Gerona al que nombró presidente de la Generalitat a dedo (sin prever que el de la fregona en la cabeza se vendría arriba de una forma tan exagerada).

O sea, que Pujol puede gimotear cuanto guste y lamentar que lo de la independencia no acabara de salir según lo previsto, pero en Castellterçol se excedió en sus atribuciones de Sant Cristo Gros y tuvo el cuajo de afirmar que Cataluña no sería independiente jamás. Y que eso ya lo sostenía él de joven frente a un amigo muy echao p´alante que veía la independencia a la vuelta de la esquina.

Pero, señor Pujol, ¿no habíamos quedado en que primero paciencia y luego independencia? ¿Ahora resulta que ni de joven se tragaba usted lo de la patria soberana, dado que, según dijo a los procesistas de Castellterçol, España es un país muy fuerte y con una lengua muy potente, un sitio con el que más vale negociar y no ir a las bravas? ¿Y tiene usted que esperar a estar con un pie en la tumba, con perdón, para llegar a la conclusión a la que hemos llegado la mayoría de los catalanes desde hace un tiempo inmemorial, basada también en motivos sentimentales?

Siga usted así y se le acabarán los homenajes, aunque es indudable que el Astut piensa igual que usted (y el beato Junqueras, aunque no estuviera presente en el pueblo de Prat de la Riba). De hecho, esa teoría ya la puso usted en práctica durante todos los años que estuvo al frente de la Chene, cuando ponía y quitaba gobiernos nacionales y el ABC lo nombraba español del año. Lo cierto es que iba usted muy bien encaminado para prohombre español, y si no se le llega a ir la olla con la independencia, habría tenido una vejez mucho más agradable que la que le está tocando arrostrar.

Ahora resulta que usted no cree en la independencia y que siempre ha sido un autonomista de pro. ¡Pues nunca debería haber dejado de serlo! Entre otros chollos, se habría beneficiado de un silencio estatal de tono sepulcral sobre la famosa deixa de l'avi Florenci. Tras décadas de una brillante hoja de servicios (con los inevitables mangoneos financieros que en España todo el mundo da por hechos), se mete usted a indepe y, a partir de ahí, todo es llanto y crujir de dientes (y algunos misales).

Si cree, con razón, que la independencia de Cataluña es imposible, ¿para qué haber contribuido a alimentar la insania de sus discípulos? ¿No era seny lo que todos esperábamos de usted? Con sus recientes afirmaciones, usted demuestra que nos ha hecho perder miserablemente el tiempo a todos: a los que estaban por la independencia y a los que no queríamos ni oír hablar de ella.

Otrosí: si no quiere que los homenajes se acaben de forma drástica, elija el personaje que quiere interpretar en ellos. Sólo hay dos: el indepe indomable y el autonomista al que se le fue la olla. No es del todo imposible que ambos personajes los interprete el mismo actor, que ya tiene 94 añitos y unas veces prefiere un personaje y otras, otro. Pero yo le aconsejo que se decida por uno: me tiene a los columnistas de los digitales lazis volviéndose tarumbas con sus declaraciones.

Si quiere que le aprecien un poco, miéntales: que alguien como usted reconozca que la independencia es imposible convierte en un sainete cutre del Paralelo (de cuando Josep Santpere y Alady) toda la estúpida gesticulación de los últimos años. Y a los que, desde uno u otro punto de vista, hemos participado en ella, en unos pobres merluzos. Oh, Gran Líder, tanto si chocheas como si no, ¡ten piedad de nosotros!