El muerto vivo
Llevo una semana escuchando a diario el nuevo disco de Johnny Cash (Kingsland, Arkansas, 1932 – Nashville, Tennessee, 2003), Songwriter, y, como se dice del difunto Carlos Gardel, el hombre cada día canta mejor. El hecho de que un muerto publique un disco veintiún años después de su fallecimiento no es cosa de magia. Simplemente, su hijo, John Carter Cash, agarró unas maquetas del autor de I walk the line y Ring of fire grabadas a voz y guitarra pelada en 1993, les añadió arreglos e instrumentación y la cosa suena de maravilla, como si se acabara de grabar tal cual. Songwriter contiene once temas originales del Hombre de Negro francamente buenos, tanto que no se entiende por qué no salió el disco en su momento. Pero hay una explicación: Cash no pasaba por su mejor momento como expendedor de música grabada y, además, se metió por en medio el productor Rick Rubin, quien lo convenció para grabar una serie de álbumes (mayormente de versiones, algunas de canciones que nadie habría asociado nunca con Cash) en el sello American Recordings (que es también el nombre conjunto por el que se conocen los cinco últimos discos de nuestro hombre, brillantemente planteados por el austero señor Rubin, un tipo al que siempre parece que le sobren instrumentos a la hora de grabar y al que se ve plenamente convencido de que, por lo menos en el caso de The man in black, menos es más.
Los American Recordings constituyen el peculiar testamento de Johnny Cash a través, principalmente, de versiones insólitas de temas que nadie habría imaginado cantados por él. Y Songwriter se quedó en el limbo, de donde ha salido más de veinte años después de su concepción porque era necesario y, también, ¿para qué negarlo?, porque exprimir a los muertos es una costumbre firmemente asentada en la industria discográfica. Para los fans de Johnny ha sido como un regalo de ultratumba: las canciones son buenas y el tratamiento que les ha dado el hijo del difunto, en la línea del sistema Rubin, es el adecuado, tomándose además la molestia de construir el engendro con músicos que habían tocado con Cash previamente.
Hay algo muy especial en Johnny Cash. En teoría, solo es un cantante de country más. Pero para algunos, entre los que me encuentro, es una especie de profeta o de predicador (el hombre era muy meapilas) que puede atravesar todos los géneros musicales con esa voz que, si no es la del Señor, poco le falta. Cuando se murió y me quedé sin poder oír la voz del Altísimo, le adjudiqué ese cometido al pobre Mark Lanegan, pero la alegría me duró poco, pues Lanegan murió por complicaciones del covid hace cosa de un par de años. Gracias a Songwriter he podido volver a escuchar esa voz que siempre me ha impuesto un respeto y una solemnidad muy agradables de experimentar. Con este álbum se cierra brillantemente una carrera espléndida y de alcance transversal (los rockers siempre han adorado a Johnny, empezando por Bob Dylan, que cantó algunas canciones con él). A no ser que algún día aparezcan nuevas reliquias en el sótano de algún estudio y el muerto, con un poco de ayuda, reviva. Lo que también podría ser: recordemos que Jimi Hendrix publicó más discos muerto que vivo.