Carles Puigdemont
Después de una década en la que la independencia ha sido su máxima (y casi única preocupación, además de la amnistía o cualquier triunfo propio contra el Estado), Carles Puigdemont (Amer, 1962) ha decidido que es hora de volver a pensar en las necesidades reales de la población, no sin una tremenda dosis de oportunismo e hipocresía.
El prófugo, que quiere presentarse como un presidente útil en esta nueva etapa de amnistía, y a sabiendas de que la defensa de la independencia no hará otra cosa que alejarle más de sus intenciones de investidura (no tiene los apoyos suficientes, aunque quiera hacer creer que sí), ha aprovechado la tragedia de Sant Joan en Girona (dos asesinados) para lanzar el mensaje de que él sí se preocupa por la seguridad.
En X, su gran altavoz, Puigdemont ha pedido liderazgos para hacer frente a la delincuencia y, más en concreto, para evitar que se repitan escenas como las vividas en el Josep Trueta de Girona, donde varios familiares de los heridos en el tiroteo mortal se han enfrentado a los agentes de Mossos d'Esquadra para intentar acceder al centro. En otras palabras, un problema de orden público.
Hay que tener muy poca memoria o vivir realmente en universo paralelo para olvidar que fue él, o por él, que se vivieron serios problemas de orden público como los de la plaza Urquinaona.