Juan José Omella
El Arzobispado de Barcelona ha generado otro incendio, innecesario, con la beatificación del magistral arquitecto Antoni Gaudí. La provincia metropolitana ha ninguneado a la asociación civil que perseguía la canonización del máximo exponente del modernisno, creando su propia asociación.
Tras ello, el presidente -y embajador- de la beatificación de Gaudí, que llevaba más de tres décadas peleando por la misma, ha dimitido.
El movimiento del Arzobispado, patoso, aún se puede enmendar. El movimiento está en estudio en el Vaticano, por lo que los lobistas catalanes partidarios del arquitecto pueden unirse.
Sería algo deseable, toda vez que cuando se consiga el hito, se debería repartir la gloria, y no sólo reservarla a la Iglesia católica. No en vano, la figura del barcelonés universal trascendió a la religión. Más que una figura religiosa, Gaudí es un símbolo de la Barcelona universal.
Es por ello que se impone un gesto amable del cardenal Omella para con los que han impulsado su figura durante décadas.