Marc Puig, presidente ejecutivo de Grupo Puig
Marc Puig
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Si complicado resulta para una empresa familiar dar paso a las generaciones venideras en la gestión de los negocios, no menos esfuerzo implica abrir el capital y dar entrada a inversores externos, que aterrizan con demandas de transparencia, profesionalización y esfuerzo que, en ocasiones, suponen un fuerte contraste con lo existente.
En el caso de Puig, los dos relevos dados hasta ahora, con un tercero en el horizonte, no dejan dudas sobre el primer capítulo, dada la evolución de las cuentas y del negocio del grupo. Para el segundo, la prueba de fuego será ni más ni menos que una de las mayores salidas a bolsa de Europa en 2024. Un desafío que pondrá a prueba la capacidad de la familia fundadora de adaptarse a las citadas exigencias.
El paso es valiente pero no debería ser una excusa para aprovechar los últimos momentos de soledad en el capital y "pasar el platillo", en forma de retribuciones adicionales, bonus y dividendos extra.
Nadie puede negar que la ahora denominada Puig Brands empieza y acaba en los fundadores, que por lo tanto asumen todas las consecuencias de la operativa pasada. Pero hasta ahora. A partir del próximo mayo, la casa será compartida y, además, por propia voluntad.
Por eso, no parece lo más apropiado dar rienda suelta en los momentos previos a la apertura a salidas de caja que, a posteriori, podrían resultar dañinas para el grupo. En eso también consiste abrir el capital, en asumir que a partir de ahora, los posibles daños son compartidos. Y que este factor cuenta con un cierto y siempre peligroso carácter retroactivo.
