Dicen los anglosajones que, si no puedes decir nada bueno de alguien, más vale que no digas nada. Suelo seguir ese consejo y no voy a hacer una excepción en el caso de la lingüista catalana, experta en lenguas amenazadas, Carme Junyent Figueras (Masquefa, 1955 – 2023). Por un lado, no tengo ningún motivo para poner verde a la difunta y, además, ya se ha encargado de hacerlo el sector más woke del lazismo, que, nada más fallecer, la ha acusado (me entero leyendo un digital del régimen) de misoginia y casi de homofobia por negarse a utilizar, como lingüista, los términos supuestamente inclusivos que ahora están tan de moda entre personas tan prepotentes como escasas de luces. La señora Junyent dedicó toda su vida a la lengua catalana y militaba en el sector apocalíptico del lazismo, el de los que creen que el idioma se está muriendo a gran velocidad y que igual ya vamos tarde para salvarlo (eso sí, nunca formó parte del bando de los energúmenos del independentismo y su vida estuvo dedicada al estudio y la docencia, como demuestran su aprendizaje en la Universidad de Barcelona, las de Marburgo y Colonia, en Alemania, y la de California, en Estados Unidos). Si la saco a colación en esta sección es por su último artículo de prensa, publicado póstumamente en Vilaweb y que me ha producido más tristeza que indignación (para esta última, ya me apaño con los editoriales del ínclito Vicent Partal).
El último texto de la señora Junyent va sobre el derecho a morirse en catalán. Es decir, a que, en tus últimos momentos en este planeta, puedas hablar catalán con los médicos que te cuidan. Parece que para Carme Junyent eso era de una importancia capital. Otros pensamos que lo realmente grave es morirse, a secas, y que el idioma en que se te dirijan los médicos es lo de menos. Vivir plenamente en catalán, como ellos lo llaman, es una obsesión de los nacionalistas que a los que nos pasamos el día cambiando de idioma, según quien nos habla, nos la trae al pairo. Le cabe el honor a la señora Junyent de haber tenido la presencia de ánimo de dedicar uno de sus últimos ratos a la necesidad de morirse en catalán, tema que explica ampliamente en el artículo en cuestión, asegurando que en ningún momento se pasó al castellano, aunque así se resintiera la comunicación entre médico y paciente. Sin duda alguna, genio y figura hasta la sepultura. Pero algo en esa actitud me recuerda a esa frase que dice que cuando el dedo señala la luna, los tontos miran el dedo.
Yo no tengo ninguna prisa por morirme, pero sé que el idioma en que mantenga mis últimas conversaciones me la va a soplar. Me veo capaz de morirme en castellano, catalán, francés e inglés, pero no me apetece nada diñarla. Como tarde o temprano sucederá, supongo que me dedicaré a pensar en mi vida, en los amigos que he tenido, en las mujeres que me han querido, en las cosas que he hecho y de las que estoy más o menos satisfecho…En cualquier cosa menos en el idioma en el que me despido del mundo. Será por eso que nunca me cae la Creu de Sant Jordi, mientras que a la señora Junyent le fue concedida en el 2019.