Paul Reubens
Adiós a Pee Wee Herman
Nos dejó, víctima de un cáncer, el peculiar actor y humorista norteamericano Paul Reubens (nacido Rubenfeld, Nueva York, 1952 – Los Ángeles, 2023), que nunca fue famoso en España, aunque contaba, eso sí, con una fiel base de fans (en la que me incluyo) que seguía su cuenta en Instagram (su fan más conspicua era la gran Charo, aquella murciana novia de Xavier Cugat que actuó en Las Vegas con todo el Rat Pack e hizo célebre su grito de guerra, ¡Cuchi, cuchi!: recomiendo fervorosamente ver todo lo que cuelga en la suya, pues es de verlo para creerlo).
El señor Reubens se hizo famoso en Estados Unidos con un alter ego demencial que atendía por Pee Wee Herman y que era como un niño grande y excéntrico, ataviado con un traje gris y una pajarita roja, que vivía en una casa absurda y al que siempre le sucedían cosas insólitas. Al principio, en los primeros años 80 del pasado siglo, el programa de televisión de Pee Wee iba dedicado a los niños, pero no eran pocos los adultos que lo seguían por su contenido delirante (unos amigos que vivían en Nueva York durante esa época solían pasarse las noches de juerga y volver a casa a primera hora de la mañana para irse a dormir, no sin antes tragarse el programa de Pee Wee, que debía resultarles especialmente estimulante después de lo que se habían metido en el transcurso de su interminable velada).
Las cosas evolucionaron con el largometraje Pee Wee Herman's big adventure, de 1985 (el primero que dirigió Tim Burton), en el que la gran aventura de nuestro héroe consistía en que le robaban la bicicleta, obligándole a atravesar Estados Unidos para recuperarla (la cosa hacía reír a pequeños y grandes, pero puede que no por los mismos motivos). Hubo una secuela, no dirigida por Burton, que ya no tenía tanto interés, pero que le sirvió a nuestro hombre para consolidarse: entre 1986 y 1990, su programa de televisión Pee Wee's playhouse fue un exitazo.
Lamentablemente, todo se torció en 1990, cuando lo detuvieron en un cine porno de Florida por masturbarse frente a la pantalla. Nunca quedó claro si se trató de una desdichada casualidad o de un plan urdido para hundirle, pero el caso es que el señor Reubens se convirtió en un pionero de la ahora tan de moda cancelación. De repente, nadie quería saber nada de él. Los que se retrataban felices a su lado desaparecieron. Se acabaron sus intervenciones televisivas. Su carrera cinematográfica, con papeles ajenos a Pee Wee, se fue al carajo cuando empezaba a despegar: tuvo que conformarse con papelitos como el que le dio su amigo Tim Burton en Batman vuelve, interpretando al severo y estirado padre del Pingüino, que era Danny de Vito. De un día para otro, el amigo de los niños, el cómico delirante que unía a grandes y pequeños con un personaje indescriptible, se convirtió en un apestado al que nadie quería tocar ni con un palo.
Paul Reubens revivió a Pee Wee Herman unas cuantas veces a lo largo de los años, y aunque Hollywood pareció perdonarle, nunca le permitió reincorporarse plenamente a su oficio. Dicen quienes lo conocieron que era un gran chico, aunque algo especial. Yo me limité a ser su fan y a preguntarme, sin encontrar nunca la respuesta, de qué rincón de su perturbada mente se habría sacado al inefable Pee Wee Herman.