Ada Colau aprovechó el congreso de vivienda pública ISHF para perfilarse ante una audiencia internacional como una experta en vivienda con ocho años de gestión exitosa a sus espaldas. A la alcaldesa de Barcelona en funciones solo le faltó repartir currículums entre el público: alardeó de haber construido el mayor parque de pisos sociales de España y de abanderar una lucha cultural capaz de parar los pies a la extrema derecha en Europa.
Es comprensible y legítimo que la líder de los comunes defienda su legado político antes de ceder la vara de mando de la ciudad, del mismo modo que está en su pleno derecho de buscar una salida digna tras su etapa al frente del consistorio. Sin embargo, sus políticas de vivienda no pueden presentarse como un éxito sin paliativos cuando han sido incapaces de solucionar el problema del acceso al hogar o evitar que se disparen los precios del alquiler.
Es un hecho que su equipo ha impulsado la construcción de pisos sociales, como también lo es que la magnitud de estos proyectos ha sido insuficiente, como ella misma reconoció en el discurso, aunque culpase de ello a las anteriores Administraciones. Sus mayores errores han sido imponer medidas unilaterales como el 30%, que solo ha logrado frenar la construcción, reducir la oferta y tensionar el mercado y los precios; y la lentitud y falta de ambición a la hora de impulsar iniciativas público-privadas de vivienda. La gestión de Colau no recibió el aval de las urnas el pasado 28M, de modo que ahora solo queda por saber si logrará hacer bueno el refrán que establece que nadie es profeta en su tierra.