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Muchos españoles se sentirán aliviados por el fin de la mascarilla obligatoria en el transporte público el próximo 8 de febrero. La medida más identificada con la crisis del coronavirus se levanta inexplicablemente tarde y después de que su uso social hubiera decaído en medios de locomoción como el tren y el metro. Por si fuera poco, su imposición en los vuelos había desencadenado un conflicto entre el Ministerio de Sanidad y las aerolíneas.
Aunque la prudencia de las autoridades sanitarias siempre es poca, en esta ocasión ha habido exceso de celo a la vista de la evidente mejora de la pandemia.