De la CUP también se sale
De la CUP, como de la droga, también se sale. Lo acaba de demostrar Mireia Boya (Saint Gaudens, Francia, 1979) quien, harta de ser ignorada y ninguneada en su formación política por un confuso caso de acoso que nunca se ha aclarado del todo, acaba de irse dando un portazo. La cosa tiene mérito porque de las sectas (la CUP tiene más de culto que de partido político) se sabe cómo se entra, pero no cómo se sale. Se queja la señora Boya de que en su hasta ahora club social se la ha tratado de mentirosa y señala concretamente a Carles Riera, ese señor con cara de monje de Montserrat que está al frente del chiringo independentista, por no habérsela tomado en serio. Los ajenos a la CUP, aunque valoremos el acto de valor de Mireia, lamentamos que no haya sido un poco más específica a la hora de indicar quién la acosó y en qué consistió exactamente tan desagradable tratamiento, pero puede que sea de los que creen que la ropa sucia se lava en casa y no hay que dar carnaza a los enemigos de la Cataluña catalana. En cualquier caso, la CUP no sale muy bien parada de este embrollo: un partido que tiene a gala su (supuesto) feminismo no puede permitirse asuntos como el que nos ocupa (brevemente).
Personalmente, creo que salirse de la CUP solo puede traerle beneficios a la señora Boya, que no es una simple activista chillona como las que abundan en su exformación. Licenciada en Ciencias Ambientales por la Universidad de Barcelona y con un máster en paisajismo por la de Montreal, Mireia podrá comprobar ahora que hay vida fuera de la secta, aunque es posible que su reintegración en la sociedad deba pasar por un período de descompresión y de aclimatación a una nueva realidad. Puede, incluso, que acabe dándose cuenta de que perdió miserablemente el tiempo y la energía con esa pandilla quimérica e inútil que la acogió durante años. Algo que no creo que le pase al señor Riera, un fanático de manual que, para colmo, no ha sabido (o no ha querido) resolver satisfactoriamente la crisis que representaba el caso Boya.
Se supone que la CUP es un partido antisistema. En la práctica, no quedan muy claros los criterios de selección para acceder a tan selecto club, más allá de la resistencia que ofrece a la belleza femenina y la propensión a la alopecia prematura del sector masculino. No se aprecian grandes pensadores en la CUP. Lo más listo que tuvieron fue David Fernández, que pasó por la universidad y dicen que leía libros, aunque eso no le impidió convertirse en una especie de estalinista bolivariano que se pasaba la vida en Euskadi, familiarizándose con las sutilezas de la kale borroka, o ejerciendo de cicerone por Barcelona de Arnaldo Otegi, al que parecía admirar sobremanera por motivos que solo él conoce. Antes del caso Boya, ya se registró una turbia historia de acoso que afectaba a un diputado del que no hemos vuelto a saber nada. Y el frente de juventudes de la organización, conocido como Arran, no es más que una pandilla de matones a los que la CUP envía a hacer el trabajo sucio, como cuando nos rompieron las cristaleras de la primera redacción de Crónica Global, peligrosamente cerca (a 20 o 30 metros) de la sede del partido (o de la secta).
Sí, de la CUP, como de la droga, también se sale. Puede que hubiésemos agradecido algo más de concreción en las acusaciones de Mireia Boya, pero alegrémonos ante la evidencia de que ha decidido rehacer su vida y dar por concluida su voluntaria abducción por una cuadrilla de descerebrados patrióticos.