Escribo esto unas horas antes de que comience la edición de este año del festival de Eurovisión, cuando solo conocen el resultado el vidente Carlos Jesús, el ectoplasma de Nostradamus y puede que Miguel Bosé, por lo que ignoro la suerte que correrá la representante española, Chanel Terrero, una cubana de Olesa de Montserrat a la que le ha caído una canción movidita y ratonera titulada SloMo (diminutivo, para los que no sepan inglés, de Slow Motion, cámara lenta) que suena a memez reguetonera y probablemente lo es, pero ya me dirán ustedes qué tema de Eurovisión no lo es desde (y también antes de) que ganara el portugués Salvador Sobral de manera absolutamente sorprendente. Somos legión los que pensamos que el festival de marras es una birria sin relación alguna con el estado actual de la música pop que solo interesa al sector más frívolo del colectivo gay y a gente con un sentido del humor particularmente retorcido, pero también es verdad que todos nos hemos acostumbrado a la cita anual con lo peor de Europa (musicalmente hablando) y ya no nos produce aquella irritación que se apoderaba de los jóvenes que fuimos cuando veíamos que lo que nos gustaba iba por un lado y lo que sonaba en Eurovisión, por otro. Si nos levantamos con el buen pie, incluso podemos considerar el festival una excentricidad inofensiva que este continente se empeña en celebrar año tras año no se sabe muy bien con qué intenciones. Adoptada esa actitud estoica y perdonavidas, no cuesta nada desearle lo mejor a Chanel, aunque solo sea para hacer feliz a Jaume Collboni, que ya se relame ante la posibilidad de que gane España y la próxima edición del certamen pueda celebrarse el año que viene en Barcelona (y con él sonando fuertemente para alcalde, a poder ser).
Aunque se ganó la plaza a pulso, Chanel ha sudado tinta para acabar esta noche cantando SloMo en Turín. Recordemos la que le cayó encima a la pobre por imponerse a Rigoberta Bandini y a las Tanxugueiras, opciones consideradas más interesantes y/o progresistas que la suya. Fue como si en los años del glam rock Lou Reed y David Bowie hubiesen sido vencidos en un hipotético concurso por Gary Glitter. A mí, el pop tontorrón con pretensiones feministas de Rigoberta y el agro pop telúrico de Tanxugueiras me parecían tan poco interesantes como la propuesta de Chanel, pero se armó una tangana tal que parecía que con su triunfo se asestaba un golpe mortal al progresismo, al empoderamiento femenino y, si me apuran, a la cultura occidental, cuando solo estábamos hablando de enviar a alguien a un festival rancio. Si no recuerdo mal, hasta hubo alguna ministra de Podemos que se manifestó públicamente indignada por lo de la pobre Chanel, que solo quería prosperar en la vida y, como se ha visto, hasta estaba dispuesta a dejarse enjaretar un modelito de Palomo Spain, estrella fulgurante de la mamarrachada sartorial.
Chanel no lo va a tener fácil. No hace falta ser el ectoplasma de Nostradamus, ni el vidente Carlos Jesús, ni siquiera Miguel Bosé, para intuir que va a ganar Ucrania, pues hay que compensar a ese país por lo de Putin y, sobre todo, por la visita a traición de Bono, pero parece que las apuestas no dejan en mal lugar a nuestra representante. Por mí, como si queda la última, pero creo que se merece algo mejor después de todo el absurdo odio recibido en las redes y su injusta calificación de objeto sexual, como si Rigoberta y las gallegas fuesen Judith Butler y las Pussy Riot. Adelante, pues, con los faroles. Y esperemos que no aparezca Bono en el momento más inesperado.