Margarita Robles
Ante todo, sincera
Premio a la constancia (o a la pesadez, según se mire) para Pere Aragonès, que por fin parece haber conseguido que Pedro Sánchez le haga un poco de caso y se avenga a hablar con él de lo del Pegasus. Tras dos semanas encajando los no muy sutiles esquinazos del presidente de verdad, el presidente de la república catalana en vías (muertas) de implementación consiguió atraparlo en un foro económico barcelonés (donde podía chupar cámara junto a Ursula Von der Leyen, todo hay que decirlo) y le espetó esa frase que, en el lenguaje conyugal significa que te van a plantar: “Tenemos que hablar”. Da la impresión de que Sánchez ya no sabe cómo seguir dándole largas y se apresta a encajar la tabarra y los lloriqueos del Petitó de Pineda. A no ser que tenga en la cabeza una nueva idea para humillarlo un poco más y, a la hora de la verdad, opte por delegar la conversación en Margarita Robles (convenientemente flanqueada por dos altos mandos del Estado Mayor). No me negarán que sería una jugada maestra y una muestra de humor negro sensacional, pero dudo que nuestros ojos lleguen a ver semejante prodigio. De momento, lo que vemos es que la ministra de Defensa, aunque piense lo mismo que su jefe, está siendo apartada por éste del espinoso asunto de dar explicaciones por unas escuchas telefónicas que ya no se sabe quién las encargó ni para qué (las aportadas por la jefa del CNI no han sido del agrado del lazismo). Una vez dicho lo que tenía que decir, Margarita Robles ha sido alejada del caso, aunque muchos agradecimos su desacomplejada sinceridad cuando, prácticamente, envió al carajo a los airados independentistas y les vino a decir que, si dejaran de suponer un peligro para el Estado, nadie metería la nariz en sus cosas: pues amarga la verdad, debo echarla de mi boca, que decía el poeta y cantaba Paco Ibáñez...
Ante las quejas del lazismo, yo diría que Margarita Robles hizo lo mismo que haría Sánchez si su sillón no dependiera de los indepes: indignarse ante la indignación de una pandilla de delincuentes y, en el mejor de los casos y por lógica castrense, enviarlos a protestar al maestro armero. Realmente, tiene narices que una gente que se pasó todo asomo de legalidad por el forro adopte una poco convincente actitud de monja violentada y se lance a pedir explicaciones cuando aún estamos esperando las suyas por el sainete de octubre de 2017. Por eso Robles les vino a decir que las escuchas, caso de haberse producido, las tenían bien merecidas, por liantes. Y que el CNI, caso de ser el responsable del cotilleo telefónico, está para asuntos como ése. Como todos recordamos, el lazismo no se tomó nada bien la actitud de la señora Robles y hasta hubo quien exigió su dimisión (ni una palabra de cuando los mossos se dedicaron hace unos años a espiar a políticos y periodistas desafectos y no se pudo investigar el asunto por el cierre en banda de los indepes: debe ser como lo de la quema de banderas, que si arde la catalana es una ofensa y si arde la española es libertad de expresión).
Pedro Sánchez tomó nota de la indignación lazi, pero no le ofreció a Aragonès la cabeza de Robles. En su línea, optó por apartarla del fregado y por prometer el oro y el moro mientras se iba a Ucrania a retratarse con Zelenski, el hombre de moda, o a cualquier otro sitio que le pareciera más importante que una reunión con el responsable de la gestoría catalana, lo cual no resulta nada difícil. Finalmente, atrapado por el Niño Barbudo en Barcelona, se ha comprometido a hablar de lo suyo un día de éstos (aunque sigue sin haber una fecha concreta). Yo creo que aún está a tiempo de poner en práctica el bromazo del que les hablo: imagino la cara del Petitó al entrar en un despacho y darse de bruces con Margarita Robles y me entra la risa floja.