Un showman en horas bajas
No ha tenido suerte Joan Laporta con su regreso a la presidencia del Barça. El equipo no pasa por sus mejores momentos, el famoso dream team es un recuerdo borroso, se pierden partidos a cascoporro (obligando a TV3 a centrarse en los éxitos de Alexia Putellas y el fútbol femenino) y la culerada está que trina. A mí, aunque el fútbol me la sopla, como ya he confesado en más de una ocasión, siempre me han entretenido los elementos extradeportivos que suelen distinguir al club de mi ciudad (¿o es la ciudad la que lleva el nombre del club?, como sugirió audazmente el añorado Josep Lluís Núñez). Por eso confiaba en que Laporta, que había demostrado ampliamente ser un showman de campanillas, compensara los fracasos en el campo con una divertida serie de gansadas como aquellas a las que nos tenía acostumbrados en sus buenos tiempos. Lo reconozco: yo era fan del Laporta que se tiraba el champagne por la cabeza, se fumaba sus purazos en un yate o se bajaba los pantalones en un aeropuerto para protestar por las medidas de seguridad. Ya que me tengo que tragar la tabarra del balompié, tanto si quiero como si no, lo menos que se puede hacer por mí y por la gente como yo es ofrecerle un presidente del Barça que, a base de producir vergüenza ajena, genere entretenimiento a las personas con un sentido del humor ligeramente retorcido.
Mi gozo en un pozo. Desde que se reincorporó a la presidencia del Barça, la conducta de Laporta es irreprochable. Es decir, aburridísima. Nada de juergas en el Luz de Gas. Nada de liarla en los aeropuertos. El verano está al caer y no hay ni rastro del yate ni de los purazos. Este no es mi Laporta, que me lo han cambiado justo cuando más se necesitaba a su anterior encarnación para alegrar las pajarillas de los aficionados al fútbol y de los devotos de la sapastrada. Para acabarlo de arreglar, el entrenador, Xavi, tampoco es la alegría de la huerta. Ya sé que es imposible reproducir un ticket triunfal como el que componían Núñez y Cruyff, pero lo que ahora nos ofrece el Barça deja mucho que desear.
Como las cosas siempre pueden empeorar, a Laporta se le ha ocurrido esta semana que lo mejor que podía hacer para levantar los ánimos de la afición (y darnos satisfacción a los devotos de la slapstick comedy, de paso) era firmar un acuerdo con los muermos de Omnium Cultural para poner en marcha unas vagas promesas de catalanizar aún más el club, como si no le cayera ya fatal a mucha gente por sus tendencias lazis de los últimos años. No era esto lo que esperábamos de Laporta, un hombre que, tengo la impresión, nunca se iría de copas con el trepa de Xavier Antich ni invitaría a su yate a la algo descolocada Mònica Terribas, musa del independentismo en horas bajas. Con esos pactos absurdos, mi buen Jan, ni se hace feliz al socio ni se alegra la vida de las víctimas del fútbol como yo, que vivieron años de esplendor con Núñez y Cruyff.
Lo mejor para el club, en mi modesta opinión, es dar en la vida real el espectáculo que no se ofrece en el campo. Para compensar, más que nada. Si Laporta hacía el ganso sin tasa cuando las cosas iban bien, con mucho más motivo debería seguir en sus trece cuando van mal. En vez de eso, se retrata con Antich y Terribas, vuelve a sobreactuar de lazi y se resiste a hacer lo que mejor se le da, que es una variante muy divertida del ridículo.
Cataluña ha perdido a un gran showman mientras el club que la representa y que es más que un club no da pie con bola. Nunca mejor dicho.