La deriva hispanófoba del nacionalismo catalán en los últimos años ha acabado desembocando en un abierto e indisumulado recelo --cuando no rechazo-- hacia las instituciones comunitarias por parte de sus sectores más radicales. Y entre ellos se encuentran algunos de sus dirigentes, más en concreto, en el entorno del expresidente de la Generalitat fugado Carles Puigdemont (JxCat). Un caso paradigmático es el de su jefe de oficina, Josep Lluís Alay, que el mismo día en que su jefe enviaba "a la mierda" a quienes le vigilan y pedía romper con España, se dedicó a despotricar contra la Unión Europea y Ursula von der Leyen --presidenta de la Comisión Europea-- por el simple hecho de haber calificado a España como un "motor de nuestra unión".
Unión. Un concepto al que parecen tener aversión tanto el prófugo como no pocos de sus correligionarios, a tenor de sus palabras y sus hechos en los últimos años, pero que es más necesario que nunca en tiempos de crisis como los actuales. Claro que esto quizá le cueste asumir a quien, como Alay, aún en 2020 viajaba a Rusia para "hablar de asuntos que interesan en la creación de un Estado independiente en el futuro", según admitió él mismo el pasado septiembre en una entrevista en TV3. Actos y declaraciones como estos sólo pueden llevar a Cataluña a la decadencia y el desprestigio.