El superviviente
Se hacen muchas bromas (Internet va lleno) sobre la longevidad de Keith Richards, un hombre que nunca le ha hecho ascos al alcohol y a las drogas y que no hace mucho aseguraba que el gran logro de su vida había sido dejar de desayunar con Jack Daniel´s. Ozzy Osbourne es otra víctima recurrente de los bromistas del pop por los mismos motivos que el señor Richards (aunque está bastante más sonado, como se puede comprobar en sus cada día más escasas apariciones públicas), y hace unos años, los médicos de no sé qué universidad británica le pidieron que legara su cuerpo a la ciencia porque no podían entender cómo seguía vivo después de todo lo que se había metido. Shane McGowan es otro superviviente de sus propios excesos y también es carne de meme, aunque está tan atontado por el alcohol (empezó a beber a los cinco años) que es muy posible que no se haya enterado. El rock, en fin, es rico en personajes autodestructivos, pero unos se convierten en la (usualmente bienintencionada) rechifla de los aficionados y otros consiguen pasar prácticamente desapercibidos. Entre estos, nadie tan ejemplar como Iggy Pop, que también se ha metido de todo entre pecho y espalda, pero no se le tiene en cuenta, prefiriendo destacar que inventó el punk, que tiene un directo brutal y que casi siempre va sin camisa.
El pasado día 21, James Newell Osterberg (Muskegon, Michigan, 1947) cumplió 75 años, pero todo el mundo estaba tan ocupado con los 96 de la reina de Inglaterra que nadie se acordó de felicitarlo (aprovecho para hacerlo desde aquí). Aunque empezó tocando la batería, nuestro hombre se pasó rápidamente al cante (y a dar el cante). Lo hizo al frente de The Stooges, grupo bestia donde los haya que no vendió ni un disco en su momento (finales de los 60), pero luego todo el mundo aseguraba que le habían influido enormemente. Los Stooges facturaban un rock sencillo, primitivo, ruidoso y muy eficaz (hay un documental de Jim Jarmusch sobre ellos que los retrata muy bien). A Iggy le permitieron hacer el ganso sin tasa en el escenario (fue de los primeros en lanzarse sobre el público), donde llegó a auto lesionarse con botellas rotas, dando la impresión de estar poseído por el Maligno.
A mediados de los 70 hizo amistad con David Bowie, quien le produciría dos de sus mejores álbumes en 1977, The idiot y Lust for life (la canción del título sonaba en la película Trainspotting y así llegó a un montón de gente, aunque uno se queda con The passenger). Vivieron juntos en Berlín y mantuvieron la amistad hasta la muerte de Bowie (intuyo que también compartieron drogas). Creo que fue el típico caso de atracción entre opuestos: el intelectual inglés admiraba al primitivo americano, y la verdad es que la colaboración entre ambos resultó muy fructífera. Entre sus álbumes posteriores, me quedo con Brick by brick (1990), que, por el mismo precio, incluía una magnífica portada a cargo de Charles Burns. Con los años, nuestro hombre se ha ido calmando (hasta anunció una tónica, ¡y se puso traje y camisa para rodar el espot!), y el año pasado publicó un disco tremendamente pausado y con reminiscencias jazzísticas que no sé si se vendió muy bien, aunque también es verdad que el hombre nunca ha sido un cantante súper ventas, sino un personaje de culto.
Controladas las adicciones nocivas, nuestro Iggy cumple 75 años y no tiene pinta de ir a retirarse pronto. Yo diría que aún nos puede sorprender con una nueva vuelta de tuerca en su ecléctica, que no errática, carrera.