Los misterios del amor
Will Smith está tan compungido por el sopapo que le arreó a Chris Rock que ha presentado su dimisión de la academia de Hollywood. Supongo que se la aceptarán y que lo perdonarán dentro de un par de años, tras escenificar su reconciliación con el siniestro cómico al que abofeteó y el aplauso colectivo de una comunidad que sabe reconocer a uno de los suyos y lo acaba disculpando de una manera u otra.
De momento, lo que nadie se atreve a insinuar es que el señor Smith consiguió convertirse en el protagonista de la última gala de los Óscar gracias a un tortazo. Se le invitó a irse después del arrebato (“las locuras que puede hacer uno por amor”, según él), pero se hizo el sueco y se quedó a esperar a que le dieran el premio por su papel en El método Williams, donde interpreta al padre de las tenistas Venus y Serena Williams, un sujeto que tanto puede ser considerado un progenitor ejemplar como un explotador de su propia descendencia para alcanzar una fama y una fortuna que nunca habría logrado por sus propios medios.
La academia de Hollywood acepta pulpo como animal de compañía y entroniza al señor Williams como un padre ejemplar, aunque a muchos les recuerde al lamentable progenitor de Michael Jackson. Y para agradecérselo, Will Smith, con lágrimas en los ojos, entona un mea culpa escasamente convincente y un pelín ridículo que parece inspirado en el monólogo de James Stewart en el clásico de Frank Capra Mr. Smith goes to Washington (Caballero sin espada).
Como el mundo no tiene problemas más acuciantes, enseguida se crean dos bandos: los que están a favor del abofeteado Chris Rock y los que comprenden, ¡y hasta aplauden!, el arrebato de violencia justiciera que le ha dado a Will Smith. En medio quedamos los que nunca le hemos visto la gracia ni al uno ni al otro (los más radicales sugerían en las redes sociales que el sopapo se lo podría haber guardado para Pablo Motos en su próxima visita a El hormiguero). A lo sumo, pensamos que Smith podría haber esperado un poco a zurrarle la badana a Rock. Podría haberle insultado desde el patio de butacas y luego, ya si eso, partirle la cara en la calle. Pero entonces no habría habido cámaras, no habría podido montar el numerito del caballero andante y no habría podido entonar su lacrimógeno discurso de aceptación del premio, con el que, a su manera, se puso en modo full retard (o, en este caso, el rol del buen chaval al que no le cabe el corazón en el cuerpo, pero se ha dejado llevar por una caballerosidad algo rancia, pero entre disculpable y digna de aplauso).
Si el gag del sopapo es lo mejor que puede ofrecernos la academia de Hollywood, quizás es mejor que cambien de guionistas para próximas ceremonias.