Que pringue el robot

De todos los amos del universo (por utilizar la expresión que acuñó Tom Wolfe en La hoguera de las vanidades) que tenemos que soportar a estas alturas del siglo XXI, Elon Musk es el único que me resulta interesante y/o divertido. Me intriga su nombre de pila, absurdo e intraducible, y su apellido (Almilzcle). Me inquieta su cara, mezcla de extraterrestre y el muñeco de Netol. Me gusta que su empresa lleve el nombre de Nikola Tesla, el hombre que todo lo inventó en el mundo de la electricidad y al que todo le robaron, hasta que acabó arruinado y medio majareta en un pisurrio de Nueva York del que solo salía para echar pan a los pájaros.

Me causa admiración que alguien se haya hecho rico con unos coches que, aparentemente, no compra nadie (¿alguien conoce a algún ser humano que sea el feliz propietario de un Tesla?). Creo que es el único de sus iguales que se toma en serio el futurismo, de la carrera espacial a la robótica. Y me gusta que esté fabricando un robot que, según él, podrá encargarse de las partes más peligrosas y aburridas de la existencia, ese Tesla Bot de aspecto levemente inquietante que, según él, no tardará mucho en convertirse en un miembro más de la familia, en un sirviente mecánico que ni sufre ni padece y solo obedece.

Por lo que se ha visto en las fotos, el Tesla Bot mide algo más de un metro setenta, tiene la parte superior del cuerpo negra y la inferior blanca y se encargará de todas esas cosas que nos provocan un ligero fastidio, como hacer recados, encargarse de la compra, limpiar el domicilio y demás engorros cotidianos. De momento, ni una palabra del precio, pero lo suyo sería que fuese razonable, dado que su destinatario natural es la clase media (los ricos pueden permitirse todo tipo de esclavos remunerados). Por el mismo precio, si el señor Musk se vuelve loco, los Tesla Bots pueden fabricarse en masa y constituir un ejército con el que dominar el mundo (el patrón de Tesla siempre ha tenido un punto a lo villano de película de James Bond) o que enviar a Afganistán para machacar a los talibanes, que no será que no lo estén pidiendo a gritos.

Espero que el Tesla Bot no sea una de esas noticias que no tienen continuidad en la prensa, que sirven para entretener al lector un día y luego, si te he visto, no me acuerdo. De hecho, quiero que se me informe de la evolución de engendro. Y no creo ser el único. Somos legión los que hemos soñado a menudo con disponer de una especie de ayudante personal que se encargue de todo lo que nos molesta hacer personalmente, desde ir al supermercado hasta romper con la novia o acercarse al estanco a por tabaco. Hablamos de una especie de conseguidor transversal que sirva para un barrido y para un fregado y al que puedas desconectar cuando necesitas un poco de intimidad.

Con el Tesla Bot se acabarían los monólogos de la asistenta, apoyada en la fregona, cuando te atrapa en el pasillo y considera que debe informarte de sus asuntos personales mientras el taxímetro sigue corriendo (ella se ahorra el psiquiatra, cierto, pero a ti te cae una chapa no deseada). Intuyo que, por el mismo precio, el Tesla Bot puede ejercer también de perro guardián y plantar cara a intrusos, pelmazos, ladrones, okupas y demás lacras del mundo moderno. Yo lo veo como el electrodoméstico definitivo, así que urjo a su creador a perfeccionarlo mientras deja los viajes al espacio para Jeff Bezos, Richard Branson y demás magnates que se aburren en casa. Si el señor Musk se esmera, el Tesla Bot puede ser el mejor invento desde el Satisfyer. ¡Y no hace distinciones de género!