Me sobra gente y os la envío
Puede que España, para ahorrarse problemas con ese vecino molesto que siempre ha sido Marruecos (recordemos la Marcha Verde), debería haberse abstenido de ingresar en un hospital de Logroño a un mandamás del Frente Polisario que no cuenta precisamente con las simpatías del rey Mohamed VI. Igual deberíamos haberle dicho que siguiera camino hacia Cuba o Venezuela, donde también se habrían hecho cargo de sus dolencias y nosotros nos hubiésemos quitado el muerto de encima. El tal Brahim Ghali tampoco parece ser del todo trigo limpio, pues penden sobre él ciertas acusaciones de destino judicial que se originan, incluso, en sus propias filas (el juez Santiago Pedraz ya se ha interesado por él, pero el hombre, pese a ser saharaui, se hace el sueco). Pero el caso es que, obedeciendo a razones humanitarias, nos hicimos cargo de él y el rey de Marruecos, recurriendo al mismo truco que tan buen resultado le dio a su padre cuando la Marcha Verde, nos envió a sus masas de desfavorecidos a Ceuta para que viésemos lo mal que le había sentado nuestro respeto al humanismo científico. Sin darse cuenta (o sí, pero le da igual) del papel lamentable en que él mismo se situaba al reconocer que tiene el país lleno de muertos de hambre mientras él vive como Alá: utilizar a la gente a la que le haces la vida imposible para molestar al país de al lado es de una mezquindad muy deprimente, pero así se las gasta el hombre de los cochazos, los palacios y el que venga atrás que arree. Y el berrinche se podía poner en práctica de manera sencillísima: bastaba con poner a las fuerzas del orden a convertir la frontera en un coladero y que se apañara España con los miles de desgraciados que no veían la hora de salir de ese pozo de miseria que es su país natal gracias al egoísmo y la desidia de su máximo representante. A cualquiera le daría vergüenza dirigir un país en el que sus habitantes están dispuestos a ahogarse antes que quedarse en él y morirse de asco, pero ése no parece ser el caso de Mohamed VI, que no tiene empacho a la hora de utilizar a sus víctimas como absurda force de frappe que, si llegan vivas a la orilla, generan problemas y jaleo durante unos días (tampoco mucho más) mientras él se toca las narices en sus palacetes y se pega la vida padre, que es a lo que han venido al mundo los sátrapas como él.
No puede decirse que la jugada le haya salido muy bien, pues casi todos los náufragos por obligación han sido devueltos a Marruecos y la Unión Europea le ha picado discretamente la cresta. Pero igual saca algo a medio plazo, algún soborno como los que nos saca Turquía con la excusa de poner coto a la entrada irregular de personas en Europa. Evidentemente, el destino de los 8000 pringados de corta edad a los que echó al mar se la trae al pairo: si han conseguido llegar a Ceuta, mejor para ellos y menos problemas para él; si se ahogan por el camino, allá penas.
Marruecos no es ni una monarquía parlamentaria ni una democracia, por mucho que Carles Puigdemont le vea todas las gracias por si algún día necesita que le ofrezcan asilo (aunque no creo que le apetezca pasarse el día rodeado de moros, teniendo en cuenta cómo es el muchacho). Dadas las difíciles relaciones con el mundo árabe, Marruecos es, en todo caso, el mal menor, un ente con el que, teóricamente, se puede hablar (sobre todo, si la Unión Europea afloja la mosca y el rey puede descontarse su tajada antes de repartirla entre ese pueblo que tanto lo ama). Pero berrinches como el que acaba de protagonizar Mohamed VI son sencillamente inaceptables, tanto como el modo en que trata a la población y por el que debería ser reprendido con mayor frecuencia de la habitual. El carajal del Tarajal se olvidará dentro de unos días, hagamos lo que hagamos con el saharaui de Logroño, pero nunca estaremos a salvo de las siguientes rabietas del sátrapa de Rabat: ese tipo no es de fiar (como bien saben sus sufridos súbditos) y cuanto antes lo tengamos presente, en España y en toda Europa, antes seremos capaces de ponerle en su sitio. De momento, no veo que la Unión Europea se preocupe mucho por la oposición democrática en Marruecos, que seguro que existe por mucho que Mohamed VI quiera hacerse la ilusión de que no.