Es positivo que ERC busque todas las vías posibles para superar la parálisis que se ha instaurado desde hace más de un año en el Gobierno catalán, aunque sea con un pacto con un partido como JxCat con el que se ha dado muestras suficientes de desconfianza en ambas direcciones. Lo que no se entiende es que los republicanos lancen ultimátums a sus socios y al cabo de poco levanten las líneas rojas que ellos mismos habían fijado, como ha ocurrido en el caso de Sabrià.
Primero, porque desautoriza a su propio superior, ya que la advertencia fue lanzada por Pere Aragonès, el presidenciable. Y segundo, porque se da una imagen de desesperación que no aportará nada bueno a la formación independentista y, de rebote, a los catalanes. Sean o no secesionistas.