Ned Flanders al piano
No acabo de entender muy bien por qué nuestra derechona le ha cogido tanta manía al pobre James Rhodes, hasta el extremo de tildarlo constantemente de rojo, maricón y otras lindezas. Vale que su actividad en las redes sociales tiene un punto a lo Ned Flanders --el vecino meapilas de Homer Simpson-- que a veces pone ligeramente nervioso, pero yo diría que al hombre solo le mueve la buena intención. Puede que sus epifanías resulten ligeramente de chichinabo --un día descubre los churros, el siguiente las patatas bravas, el otro las gambas con gabardina, y así sucesivamente--, pero su alegría por convertirse en español me parece sincera y digna de agradecimiento, sobre todo en un país como éste, en el que abundan los separatistas absurdos que solo piensan en dejar de ser españoles.
A Rhodes me lo acusan de sociata, de fan de Pablo Iglesias, de paniaguado que consigue la nacionalidad en un plis plas mientras miles de personas se tiran años haciendo cola, de agente del comunismo internacional y hasta de anti español. Los hay, incluso, que insisten en lo mal que toca el piano. O los que dicen que se inventa todas las desgracias de tipo sexual que padeció en la infancia. No le dejan pasar ni una, como si fuese el Anticristo, hasta el punto que creo que se ha ido de Twitter, harto de que lo pusieran de vuelta y media. ¿De verdad no hay nadie más despreciable en España que este inglés que un buen día se plantó en Madrid y se sintió más a gusto de lo que se había sentido hasta entonces en su propio país?
Cierto es que el progresismo y el seudo progresismo lo han tratado con mucha deferencia, pero eso, en principio, no debería ser malo. También es cierto que se han saltado la cola para darle el pasaporte español, pero gracias a él tenemos una ley de protección de la infancia mejor que la que teníamos. De acuerdo, no parece muy de derechas ni muestra especiales simpatías por el PP o Vox, ¿pero justifica eso su linchamiento constante en las redes sociales o los insultos que ha recibido de personajes como Hermann Tertsch o Juan Carlos Girauta?
Mi falta de conocimientos en el campo de la música clásica me impide decidir si Rhodes es un pianista bueno, malo o regular, pero como el superviviente que es, creo que merece un poco más de respeto que el que recibe de nuestros derechistas más virulentos. Sí, de acuerdo, a veces sus epifanías pueden resultar algo cursis o ligeramente ridículas, pero estamos ante un hombre que, si descubre las torrijas, se siente obligado a hacérselo saber a todo el mundo. ¿Merece por ello ser colgado en la vía pública? A mí, el señor Rhodes me sirve para observar a mi propio país --con el que me une una relación de amor y odio-- con una mirada nueva y optimista, ¡y Dios sabe que falta me hace! Si de algo se puede acusar a Rhodes es de ingenuidad y de descubrir la sopa de ajo a diario, pero eso, en principio, no me parece lo peor que le puede pasar a alguien que decide cambiar de país. Tratarlo, como hace lo peor de nuestra derechona, de agente subversivo, peligroso comunista o, directamente, tonto del culo se me antoja de una mala fe exagerada, inútil e improcedente.
¿Que el chaval acaba de descubrir la chistorra y no puede creerse lo buena que es? ¡Pues mejor para él! Como todo converso, James Rhodes nos ve a los españoles mejores de lo que somos. Solo por eso, ya deberíamos estarle agradecidos.