Santiago Abascal
¿Y si pasamos de él?
No puede decirse que el fin del bipartidismo en España haya sido como para tirar cohetes. Ciudadanos va a acabar como el rosario de la aurora. Podemos y Vox solo han servido para revivir la Guerra Civil y cavar trincheras entre los habitantes de este bendito país. Casi mejor habernos quedado con el PP y el PSOE para los restos. Nos habíamos acostumbrado a sus penosos dirigentes, convencidos de que no había más cera que la que ardía, y teníamos derecho a alternativas mejores que Podemos y Vox, pero eso es lo que nos ha caído encima y hay que pechar con ellos. Haciéndoles el menor caso posible, en mi opinión, y confiando en que se autodestruyan. Pablo Iglesias y Santiago Abascal me parecen las dos caras de una moneda vieja y tiñosa que no vale ni el material con que está forjada, pero hay gente que, por motivos que se me escapan, les ve la gracia. Paciencia.
Abascal (Bilbao, 1976) estaba considerado el tío más vago del PP cuando le dio por fundar un partido que le permitiera brillar con luz propia. Rodeado de pretorianos un pelín ridículos, lo que más le gusta es hablar a gritos, a ser posible, en lugares donde no lo pueden ni ver, como fue el caso del madrileño barrio de Vallecas hace unos días. Si la extrema izquierda española que representa Iglesias no fuese tan estúpida e intolerante como la extrema derecha, Abascal y su pandilla habrían celebrado su mitin en santa paz por inasistencia de sus adversarios, pero estos tuvieron que hacer acto de presencia y liarse a pedradas hasta que la policía los tuvo que moler a palos. Ya se sabe que en España los llamados antifascistas son tan brutos y primarios como los llamados fascistas y que siempre entran al trapo ante las supuestas provocaciones de éstos: practicar escraches a la familia Iglesias en su espantosa mansión de Galapagar es un atentado a la democracia, pero ir a reventar un mitin de un seudo falangista de estar por casa es justo y necesario. Así les funciona el coco a nuestros extremistas de (seudo) izquierda: hasta hubo uno que dijo en Twitter que había que colgar a Abascal de un puente sobre una autovía, o algo parecido.
A mí Vox me parece un partido infame que no aporta nada razonable a la vida política española, pero lo mismo pienso de Podemos. Evidentemente, ni harto de vino me arrastran a un mitin de esos partidos (ni de ningún otro, por cierto). Pero nunca se me ocurriría presentarme en una de sus kermesses para liarla parda y acabar llevándome un porrazo de los antidisturbios porque me parece del género tonto. Nos guste o no (que no nos gusta), Vox es un partido legal y, hasta el momento, sus huestes no desfilan uniformadas por la Castellana promoviendo un golpe de Estado. Por grima que nos dé su discurso (que nos la da), Vox tiene derecho a dar la chapa en cualquier rincón del país que le pase por las narices a Abascal, Monasterio u Ortega Smith. Pero nadie nos obliga a asistir a sus performances. Ignorarlos es lo más razonable que se puede hacer y es, de hecho, lo que hace casi todo el mundo, a excepción de esos antifascistas a los que jalean Iglesias, Echenique o Monedero, siniestros oportunistas con muy mala uva que han llegado tarde a todas partes --de la Guerra Civil a la Transición, pasando por la Movida, lo cual les lleva a poner canciones de Raimon, Paco Ibáñez o Lluís Llach en sus saraos-- y que usan una terminología melodramática --¡Plantemos cara al fascismo!-- que tenía toda su razón de ser en los años 30, pero que ahora suena falsa y ridícula.
Dudo mucho que se plante cara al fascismo yendo a arrojar hortalizas (o piedras) en los mítines de Vox. Simplemente, se participa del mundo viejuno y, en el fondo, grotesco que representan el partido de Abascal y el de Iglesias. Sí, queríamos partidos nuevos que nos sacaran de la rutina en que nos habían sumido el PSOE y el PP, pero no eran estos. Dejemos, pues, que Santiago Abascal siga con sus tristes imitaciones de José Antonio Primo de Rivera --ése, por lo menos, había leído algunos libros-- y que le escuchen y le aplaudan los suyos. Los demás tenemos cosas más interesantes que hacer. A no ser que creamos en Podemos, en cuyo caso pueden contar con mi compasión: ¿de verdad no tienen nada mejor que hacer que ir a reventar un mitin del bocazas de Abascal creyendo que así plantan cara al fascismo? La extrema derecha no necesita que la demonicen, ya se echa la soga al cuello ella sola.