Mariano Rajoy
A mí que me registren
He elegido a Mariano Rajoy porque esta sección de Crónica Global es nominal, pero también podría haber optado por José María Aznar, María Dolores de Cospedal o Federico Trillo. De hecho, todos los mandos del PP que han declarado en el turbio asunto de los papeles de Bárcenas han dado notables muestras de desfachatez a la hora de negar la existencia de la célebre caja B del partido, cuya existencia está más que demostrada. Si opto por Rajoy es porque con este hombre el concepto “desfachatez” alcanza categoría olímpica y porque me encanta su manera de quitarse los muertos de encima, siempre aparentando una gran dignidad y expresándose con mucha prosopopeya, aunque a menudo no se entienda muy bien a dónde pretende ir a parar. No puedo evitarlo: me fascina esa actitud perenne de gallego que te lo cruzas en una escalera y nunca sabes si la sube o si la baja. Siendo Cospedal y Trillo dos sólidos secundarios del partido, Rajoy solo podía competir aquí con Aznar, pero éste carece de vis cómica alguna y sus presuntas trolas no son susceptibles de suscitar la hilaridad que Mariano domina con su peculiar manera de expresarse, a menudo incomprensible, pero siempre amena.
Teniendo en cuenta que José María Aznar no puede mover un músculo de las fosas nasales hacia abajo, no sé para qué se tomó la molestia de declarar con la mascarilla puesta, algo que podría ser de utilidad para una persona de natural expresiva, pero no para alguien que es prácticamente una figura de cera del museo de Madame Tussaud. Tampoco es creíble que la mascarilla pretendiera ocultar el rubor, dado que Aznar no se ha ruborizado nunca, ni siquiera cuando dijo saber de buena tinta que Sadam Hussein acumulaba armas de destrucción masiva. De hecho, la mascarilla solo servía para que costara un poco más de lo habitual entender lo que decía, dada su costumbre de largar por una comisura y al que no lo pille, que le den.
Mariano declaró, claro está, sin mascarilla, pues de lo contrario, su verbo florido se habría resentido. Hay que agradecer, pues, las facilidades que nos dio el hombre para que entendiéramos de una vez que ese Luis Bárcenas al que había dicho que fuese fuerte cuando se descubrió el pastel de la caja B es en realidad un liante, un delincuente y un miserable de cuyas actividades él, como Aznar, no sabía nada (ellos se limitaron a ponerlo en el cargo y lo que hiciera a partir de entonces, parece que ya no era asunto suyo). También Cospedal y Trillo pusieron de vuelta y media al ex tesorero del PP, de cuyas trapisondas tampoco sabían nada, claro está. La verdad es que, entre todos, le han hecho un traje de madera de pino al pobre Casado, quien se va a tener que inventar algo mejor que cambiar de sede para borrar la fama de mangancia que arrastra su partido y que sale reforzada después de las poco convincentes declaraciones de su otrora plana mayor.