Joe Biden
Cantando las cuarenta
Joseph Robinette Biden va fuerte últimamente. Primero, le pregunta un periodista si considera que Vladimir Putin es un asesino y el hombre responde que sí. A continuación, por persona interpuesta (Antony Blinken), les dice a los chinos en una reunión en Alaska que su democracia es un asco y que el respeto a los derechos humanos en su país deja mucho que desear. ¡Premio a la diplomacia alternativa!
Yo diría que Joe Biden lleva razón en ambos casos, pero el mundo no está preparado para que un político diga las cosas con tanta vehemencia y tanta claridad: lo suyo es darle vueltas al tema de turno, aportar pros y contras y acabar llegando a una conclusión que no es tal, pero que evita que nadie se enfade. En eso consiste, me temo, la diplomacia internacional. Y puede que lo de Biden haya resultado un poco zafio a oídos de algunos, pero, ¿qué quieren que les diga?, a mí me ha parecido estupendo y de un candor admirable. A fin de cuentas, somos legión los que creemos que Putin está detrás del envenenamiento de Alexei Navalny y algunos asesinatos de disidentes, de esos que siempre se le acaban endilgando a algún checheno que pasaba por allí. Y en cuanto a China, si eso es una democracia, que baje Dios y lo vea: no hay más que ver cómo se las gastan con Hong Kong y con la disidencia interior, que suele acabar en el trullo tras un juicio de pegolete cuya sentencia está escrita desde antes de que dé comienzo.
¿Por qué adopta Biden esta actitud tan poco común entre los masters of the universe? Tal vez piensa que, a su edad, se ha ganado el derecho a no disimular y decir lo primero que se le pasa por la cabeza. Que para lo que le queda en el convento, se caga dentro, vamos. Lástima que tan valerosas (o insensatas) declaraciones se hayan visto ligeramente enturbiadas por los tres tropezones que ha pegado al subirse a un avión en dirección a Atlanta y que seguro que Kamala Harris los ha grabado y los revisa en bucle, junto a las grabaciones de esas carrerillas al trote cochinero que se pega el hombre desde la cortina en la que espera su momento de largar hasta el micro que le han puesto a tal efecto en medio del escenario. No quiero acusar de nada a la señora Harris, pero no hay que olvidar que, si el bueno de Robinette se infarta y la diña, ella se convierte ipso facto en la primera presidenta en la historia de los Estados Unidos.
La fina línea que separa al hombre sincero (de donde crece la palma) del abuelete metepatas es mucho más fina después de que Biden tildara de asesino a Putin y de que su enviado a Alaska les cantara las cuarenta a los chinos. Sé qué muchos pensarán que Biden se ha pasado de frenada, o que chochea, o que es un pelín boquirroto, pero a mí me han hecho mucha gracia sus dos salidas de pata de banco con dos países cuyo sistema político deja mucho que desear. No digo que el american way of life sea ejemplar, pero, comparado con el ruso y el chino, se me antoja gloria bendita.
Eso sí, Putin está que trina e igual ya le está enviando una carta escrita con polonio líquido. Y los chinos se han pillado un rebote del quince con el chorreo que se han llevado en Alaska. Pero prefiero estos arrebatos de sinceridad que el compadreo que se llevaba Trump con un tipo que pudo meter la zarpa en las elecciones norteamericanas, un Trump que se enfrentaba a China de boquilla y que hasta se hacía fotos con Kim Jong Un, el Paquirrín de Pyogyang. Llámenme frívolo, pero lo único que se me ocurre decir ante estas divertidas excentricidades del presidente de los Estados Unidos es. “¡Aúpa, Joe!”.