Miquel Sàmper tiene una posición complicada. Por un lado, defiende a capa y espada a los mossos (que dependen de la consejería que él gestiona, la de Interior) por sus actuaciones durante los violentos disturbios de Barcelona. Pero, por el otro, se aviene (porque así lo quiere el partido al que pertenece, Junts) a que la policía de la Generalitat sea moneda de cambio de la negociación para la formación del nuevo Govern. No se puede estar en misa y repicando.