Carmen Cervera, presentado una exposición en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza / EFE

Carmen Cervera, presentado una exposición en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza / EFE

Examen a los protagonistas

Carmen Cervera, filántropa

30 enero, 2021 23:44

No negaré que los españoles le estamos muy agradecidos a Carmen Cervera (Barcelona, 1943) por el hecho de que se trajera para Madrid la estupenda pinacoteca de su difunto marido Heinrich Von Thyssen, de profesión, sus aceros, sus ascensores y muchos más asuntos de ésos con los que se gana dinerito. Caso de que se nos olvidara su crucial intervención a la hora de almacenar los cuadros del barón en el palacio reformado por Rafael Moneo, ella misma se encarga de recordárnoslo con cierta frecuencia. Sobre todo, cuando su elevado tren de vida la obliga a poner el cazo ante el ministerio de turno para que España le suba el sueldo; o sea, que pague más por el alquiler de los magníficos lienzos del difunto, que nunca fueron un regalo de Tita a la tierra que la vio nacer.

Estábamos tan contentos ante la perspectiva de añadir un nuevo y rutilante museo a la zona del Prado que se nos olvidó que todo aquello había que pagarlo. Y que el alquiler iría subiendo al ritmo del coste de la vida (de su propietaria). Y así hemos llegado al último sablazo de la adorable Tita, que le va a reportar seis millones y medio de euros al año hasta el 2036 (una pasta, intuyo, de la que también se beneficiará el holgazán de su hijo Borja, un sujeto que convierte a Paquirrín en un esforzado estajanovista y que siempre está pidiéndole a mamá que le pase algún cuadrito porque vuelve a estar tieso).

No seré yo quien le niegue a Carmen Cervera el derecho a vivir bien. Esta mujer ha sufrido lo suyo, sobre todo en la época en que Espartaco Santoni se pulió la pasta que le había dejado su anterior marido, el actor Lex Barker, célebre por interpretar a Tarzán, el rey de los monos (aprovecho para recomendar la lectura de las descacharrantes memorias del difunto señor Santoni, un monumento a la desfachatez que atiende por el bonito título de No niego nada y cuyos capítulos suelen empezar en el trullo, donde el pobre Espartaco ha vuelto a ir a parar por culpa de la envidia y la mezquindad ajenas).

Cuando por fin apareció el bueno de Heini -tras una eficaz campaña de caza y captura a cargo de la madre de Tita y dos buenos amigos de ésta, que formaban un comando insuperable-, nuestra heroína dejó de estar más tiesa que la mojama y pudo consagrarse a la vida que se merecía. Gracias desde aquí, querida Tita, por haberte traído para España los cuadros de tu egregio marido. Pero te agradecería que dejaras de repetir constantemente lo de lo mucho que quieres a tu país, cosa que no dudo, pero que no constituye el único motivo de que el edificio de Moneo no se haya quedado vacío. En quince años te vas a embolsar más de 90 millones de euros del contribuyente, así que no intentes aparentar que el famoso Mata Mua es una especie de propinilla fruto de tu munificencia. Disfruta del dinero, cuidado con los sablazos de Borjita y no hace falta insistir más en tu patriotismo, del que nadie duda.