El perdonavidas holandés
La última cacicada prepotente de Mark Rutte (La Haya, 1967) le ha costado el cargo de primer ministro holandés, aunque seguirá en funciones un tiempo. El hombre ya había dado la nota racista durante el verano de 2020, cuando dijo que había que supervisar cuidadosamente los fondos europeos que se ponían a disposición de España e Italia porque --no lo dijo así, pero se le entendía todo-- no te puedes fiar de ciertos países meridionales: Rutte es de esos nórdicos convencidos de que italianos y españoles nos pasamos el día de cachondeo, tocándonos las narices a tres manos y viviendo a costa de los laboriosos vecinos del norte (vamos, lo mismo que los lazis catalanes piensan del resto de los españoles).
El señor Rutte acaba de pringar porque se ha descubierto otra de sus trapisondas racistas, consistente en exigir la devolución de unos fondos otorgados a personas extranjeras necesitadas --unas 26.000 familias recibieron ayudas públicas a las que tenían derecho, la mayoría turcas y marroquíes--, que han acabado en la ruina cuando el tío Mark las acusó de estafadoras y les pidió que devolvieran los monises. La cosa no es de ahora. Ya en 2014, la abogada española Eva González Pérez empezó a investigar la situación y acabó llegando a las tristes conclusiones que han precipitado la dimisión de todo el gobierno holandés: puede decirse que Mark Rutte se ha caído, literalmente, con todo el equipo.
Pero el hombre sigue al frente de su pomposo Partido Popular por la Libertad y la Democracia. De momento. Me temo que, tarde o temprano, lo sustituirán por alguien al que se le vea menos el plumero supremacista, momento en el que tendrá que buscar refugio en otro club político más a la derecha (que aprenda de Santiago Abascal, el hombre que, harto de no dar un palo al agua en el PP, se inventó un partido en el que pasara más desapercibida su legendaria vagancia). Mientras tanto, Rutte sigue recorriendo la ciudad en bicicleta y ofreciendo su habitual aspecto de probo funcionario que solo piensa en la felicidad de los holandeses en particular y los europeos en general (sobre todo, si no tienen la piel de un color extraño). Y seguro que nos seguirá mirando a los seres inferiores por encima del hombro, cosa sencilla para él porque mide un metro noventa y tres.
La buena noticia de todo este carajal es que Holanda ha demostrado ser un país que respeta sus leyes y que tiene controlados a sus supremacistas, aunque ganen las elecciones. ¡Alegrías de la separación de poderes! De eso sí podríamos aprender algo los españoles, que con el tema de la renovación del Consejo General del Poder Judicial estamos dando un espectáculo lamentable a derecha e izquierda e incluyendo, que es lo peor, al propio Poder Judicial.