Jaume Collboni
El enigma de la escalera
Si te cruzas con un político del PSC por una escalera, ¿estás seguro de poder determinar siempre con certeza si la está subiendo o la está bajando? Yo no. Esa extraña particularidad que la imaginación popular atribuye a los gallegos --y que en el caso de Mariano Rajoy se cumplía de manera literal, como pude comprobar hace años en una foto suya que apareció en portada de El País-- siempre ha estado presente en el socialismo catalán, y actualmente parece más viva y omnipresente que nunca. La observamos a diario en Miquel Iceta, el único jefe de una oposición que se conforma con cualquier explicación que le dé su supuesto adversario, y también en Jaume Collboni, cuya misión en el Ayuntamiento de Barcelona (tratar de poner coto a las habitualmente discutibles iniciativas de Ada Colau, ese mal menor que nos endilgó Manuel Valls ante la molesta perspectiva de tener que pechar con el Tete Maragall) no se esfuerza gran cosa en cumplir, pese al despectivo trato recibido con anterioridad, cuando los comunes lo echaron del consistorio por portarse mal con los héroes de la república que no existe y apuntarse eufórico al 155.
Tras la obligación judicial de imponer un 25% de castellano en la inmersiva enseñanza catalana, los lazis se rasgaron las vestiduras (esta gente no gana para ropa) y Ada Colau --que nunca quiere ser menos que los indepes, aunque estos la detesten-- se sumó a la pataleta seudo patriótica. Hasta ahí, todo normal, si es que hay algo normal en Cataluña desde hace años. ¿Tenía que sumarse a ella el amigo Collboni en vez de negarse a secundar la queja aduciendo que él, como buen político, no se mete en asuntos judiciales? Yo diría que no, pero ahí le tenemos, ejerciendo de fiel mayordomo, en la misma línea que sigue Iceta con los lazis en el poder. Igual resulta que, en Cataluña, lo mejor que puede hacer un político en la oposición es pasar desapercibido y aspirar a que el señorito le acaricie el lomo de vez en cuando.
Ese tipo de oposición, eso sí, lleva a cualquiera a preguntarse para qué sirve. De hecho, para qué sirve el PSC es una de las cuestiones que se plantean con más frecuencia los que no comulgan con el régimen. En su momento, esa actitud pusilánime provocó la creación de Ciutadans, pero hasta ese peligro se ha quitado de encima el seudosocialismo catalán, que le debe un agradecimiento eterno a Albert Rivera por haberse cargado una competencia molesta. Autodestruidos los de Ciutadans, el votante no nacionalista catalán se encuentra a solas con el PSC y la célebre disyuntiva “Solo tenemos lentejas: si quieres las tomas y si no, las dejas”. Así parecen haberlo entendido la lenteja Iceta y la sublenteja Collboni, y más vale hacerse a la idea de que el menú del día no va a cambiar próximamente.