Un personaje de Ken Loach
Jeremy Corbyn (Chippenham, Reino Unido, 1949) se suma a la larga lista de líderes políticos que culminan su carrera con una patada en el culo que los expulsa de su partido por la puerta de atrás. Aunque tuvo el detalle de dimitir de su cargo de mandamás del Partido Laborista el 13 de diciembre de 2019, la iniciativa solo fue el primer paso de su definitiva caída en desgracia, sobrevenida hace unos días con su suspensión de militancia bajo acusaciones de antisemitismo. No es del todo descartable que Ken Loach le dedique una biopic, pues podría ser un personaje de algún guion de Paul Laverty, su escriba habitual (además de no saber rodar, Loach tampoco sabe escribir), pero eso es todo lo que puede sacar a partir de ahora el hombre que prometió reconducir al Labour Party por el buen camino del que lo había apartado Tony Blair (supuesto renovador del partido y, en la práctica, Margaret Thatcher con traje de tres piezas y sonrisa Profidén) y solo consiguió personificar una izquierda rancia --a lo Iglesias o a lo Melenchon, para entendernos-- que ni comía ni dejaba comer, que ni hacía la revolución ni contribuía a curar a los británicos de ese complejo de superioridad basado en nada que tan bien ha sabido explotar Boris Johnson.
Las acusaciones de antisemitismo son discutibles. Yo más bien hablaría de esa tendencia de la izquierda rancia a utilizar Palestina como escudo moral para emprenderla con Israel (motivos no faltan, pero no suelen ser los que aducen sus enemigos). Lo que es indudable es que la posición de Corbyn con respecto al Brexit fue lamentable. Su falta de entusiasmo sobre la necesidad de mantener al Reino Unido en la Unión Europea fue el complemento ideal de la campaña desquiciada y mentirosa de Johnson y su compadre Cummings para largarse de la casa común dando un portazo (y confiando en esa supuesta relación especial con Estados Unidos que ya veremos lo que da de sí con alguien que no sea Trump en la Casa Blanca). Muchos creíamos que el jefe del Labour estaba moralmente obligado a optar por el Remain, pero nuestro Jeremy tenía problemas morales con la Europa de los mercaderes, que no era la Europa de trabajadores solidarios con la que él soñaba, sino un montón de países unidos por el amor al dinero y separados por todo lo demás (si gana Biden, Corbyn igual comprueba a su vez que Inglaterra y los USA están separados por el mismo idioma). A la hora de convencer a sus compatriotas de que fuera de Europa hace más frío del habitual en las islas británicas, Corbyn no dio un palo al agua, cuando un poco de entusiasmo al respecto podría haber inclinado la balanza en la otra dirección.
Sustituir a un conservador disfrazado de progresista como Blair por un bolchevique de estar por casa como Corbyn no ha sido la mejor idea que ha tenido en su vida el Partido Laborista. Es pronto para ver qué dirección toma su sustituto, Keir Starmer, pero, de momento, hemos visto que cuando atropella con su coche a un ciclista, se detiene para echarle una mano, interesarse por su salud e intercambiar los papeles del seguro. Tras la desastrosa peripecia seudo progresista del señor Corbyn, no es un mal comienzo.