La redención está en Montserrat
Me había quedado con una impresión positiva de Álex Garrido, el alcalde de Manlleu al que pillaron con una toña de nivel cinco y se vio obligado a presentar la dimisión. Incluso me pareció que se excedía, que un mal día lo puede tener cualquiera y que, a fin de cuentas, se coció en un día libre y no se le ocurrió ponerse al volante de un coche para dedicarse a atropellar ancianitas. Eso sí, aunque había algo de sobreactuación en su actitud self deprecating, por lo menos estaba al servicio de un supuesto bien mayor: certificar la sensación general de que ERC no deja pasar ni una a sus militantes, como parecía haber sido el caso del ostracismo aplicado a Alfred Bosch tras haber protegido a un secuaz con las manos muy largas. Luego resultó que, a Bosch, simplemente, lo habían tenido escondido un tiempo --como Toni Soler a Toni Albà en su momento-- y que le daban la bienvenida al hogar tras haber purgado sus pecados con unos meses de perfil bajo (ahora solo lo acosa Meritxell Budó, que es de las que muerde y no suelta, pero únicamente para jorobar al partido fraternalmente odiado del beato Junqueras). Y que el señor Garrido nos salió con que se lo estaba pensando mejor --bien-- y que se iba a meditar unos días a Montserrat --mal-- para decidir qué hacer con su carrera política. De esta manera, entre Bosch y Garrido se cargaban la supuesta aura de moralidad de la que siempre blasona ERC.
Alex Garrido podría haber dicho que lo suyo no era tan grave y que no pensaba presentar su dimisión como alcalde de Manlleu. No hacía falta irse a buscar la redención a Montserrat, como no fuese para demostrar que ERC es un partido de pueblerinos meapilas que ni siquiera pertenece a la izquierda. Si se llega a quedar en su sitio y actúa como si aquí no hubiera pasado nada --de hecho, no había pasado nada grave: quien nunca la haya pillado, que tire la primera piedra--, yo hubiese sido el primero en aplaudirle. Pero el desahogo religioso es lo que convierte una decisión razonable en una muestra de hipocresía intolerable, pero de una lógica absoluta en un partido como ERC, cuyos militantes son los únicos revolucionarios de misa diaria que uno haya conocido jamás. Para mí, el concepto era: “Sí, me he emborrachado en público, ¿pasa algo?”. Pero Garrido prefirió otro subtexto: “Me arrepiento de mi embriaguez y voy a que me perdonen los monjes, tras lo cual ustedes también se verán obligados a perdonarme”.
El hombre no quería dejar la alcaldía, y yo lo comprendo. Es la charlotada montserratina lo que me irrita y lo que me confirma que ERC no es el partido ejemplar que dice ser, sino el sector más lamentable de la carcunda separatista. Que disfrute de su vara de alcalde y, sobre todo, que se mantenga alejado de las tabernas, pues si después de cada cogorza se ve obligado a visitar a los monjes de Montserrat llegará un momento en el que lo recibirán con muy mala cara.