Ahora sí que no hay futuro
Nació en Londres en 1956 con el nombre de John Lydon, pero lo conocimos a finales de los 70 bajo el apodo de Johnny Rotten (en español, Juanito Podrido), cuando era la voz cantante de los Sex Pistols, el grupo proto punk que se sacó de la manga aquel glorioso cantamañanas que fue Malcolm McLaren (¡Dios lo tenga en su gloria!). La carrera de los Pistols fue breve, pero movidita. Solo llegaron a publicar un elepé que ha acabado siendo una obra de culto, Never mind the bollocks, here´s the Sex Pistols, que un servidor adora, aunque reconoce que nunca ha sido capaz de escucharlo entero por temor a reunir el valor necesario para arrojarse por el balcón y despedirse a lo bestia de este mundo cruel. Yo también nací en 1956, pero eso no me lleva a considerarlo un gran año, pues también vinieron al mundo entonces Miguel Bosé y Artur Mas. Para lo que sí ha sido útil 1956 es para sentirme especialmente cerca del señor Lydon, para considerarlo, por así decir, una especie de miembro de mi pandilla. También yo tuve un punto nihilista (de hecho, lo sigo teniendo, pero ahora mezclo el nihilismo con el estoicismo y todo me va mejor que cuando tenía veinte años) y me sentía muy identificado con el lema No future que popularizaron los Pistols desde su himno alternativo God save the queen.
Puede que Lydon no se diera cuenta, pero en 1977 tenía mucho más futuro que en 2020. Lo único con lo que cuenta ahora es con un presente deprimente y una tripa cervecera que es la rechifla de las redes sociales. Prácticamente retirado de la música (a la fuerza ahorcan), nuestro Johnny se dedica prácticamente en exclusiva a su esposa Nora, 14 años mayor que él, aquejada de demencia y que ya tuvo que pasar el duro trago de ver morir de cáncer a su hija Ariana Daniela en 2010, a los 48 años (con el alias de Ari Up, la joven Ariana Forster fue la cantante del grupo femenino The Slits --literalmente, Las rajas--, por donde también pasó una española llamada Paloma y apodada Palmolive).
El chaval que gritaba que no había futuro ha comprobado que lo había, pero que era horroroso. Y ha decidido afrontarlo, dar la cara, portarse como una persona decente. Nada de darse a la fuga con una jovencita fascinada por unos Sex Pistols a los que no pudo escuchar en su momento: Johnny se queda con Nora hasta los restos y que sea lo que Dios quiera. Sabe que no hay futuro para su mujer y que tampoco le queda mucho a él y a los que tenemos su edad (¿me estáis oyendo, Miguel y Artur?: ¡cada vez nos queda menos tiempo en este mundo! ¡Tic, tac, tic, tac!), pero salvar la dignidad es algo que está al alcance de todos. Que se joroben los biempensantes que, en su momento, consideraron al bueno de Johnny una amenaza para la sociedad occidental. Yo le declaro desde aquí mi admiración mientras me siento muy orgulloso de haber nacido el mismo año que él: lo de Bosé y Mas son daños colaterales sobre los que ni Johnny Rotten ni yo tenemos la más mínima responsabilidad.