Si me cesan, me empapelan
La inmunidad parlamentaria es uno de los chollos más absurdos de los que disfruta la clase política. Fijémonos en el primer ministro (casi) eterno de Israel, Benjamín Netanyahu. Tiene a los jueces detrás por diferentes corruptelas, mangancias y marrullerías, pero no hay manera de empurarlo convenientemente mientras ocupe el cargo que ocupa. De ahí que se agarre a él como una lapa, aunque el pueblo cada día esté más hasta el yarmulke de él y se manifieste con progresiva rabia en su contra por las calles de las ciudades de Israel. Con tal de no despegarse del sillón, Bibi, pues ése es su simpático y dicharachero alias, comparte el gobierno con Benny Gantz, al que odia y estrangularía con sus propias manos (y viceversa). Y busca constantemente la simpatía y la aprobación de Donald Trump, el energúmeno que hace como que preside la nación más poderosa de Occidente y que mira para otro lado cada vez que a Bibi le da por amargarles un poco más la vida a los palestinos y soplarles un nuevo territorio en el que instalar una colonia judía llena de beligerantes emigrantes centroeuropeos que ya se traían de casa el AK47.
Preguntarse por qué votan a Netanyahu es lo mismo que hacerlo con respecto a Trump. Hay gente, en todos los países del mundo, a la que le ponen los matones, gente capaz de votar por Donald, por Bibi, por Bolsonaro, por Duterte, por Marine Le Pen, por Salvini o por Abascal. En Israel, Bibi cuenta con la simpatía de todos los que piensan que el único moro bueno es el moro muerto, y deben de ser unos cuantos, ya que no hay manera de que la izquierda roce el poder en ese país que ingleses y norteamericanos colocaron en un lugar tan adecuado.
Ya hemos perdido la cuenta del número de elecciones celebradas en Israel durante los últimos años, pero el caso es que siempre las acaba ganando Netanyahu. Eso quiere decir que hay un montón de gente a la que le da igual que el hombre sea para la justicia israelí eso que los anglosajones definen como una person of interest. Gente que con tal de machacar a los palestinos e implementar una política lo más de derechas posible (incluyendo todo tipo de chollos para los ultraortodoxos), le da igual que su primer ministro sea un corrupto y un mangui (como parece ser el caso).
Las protestas a raíz de su mala gestión de la crisis del coronavirus han hecho concebir esperanzas a algunos de que Netanyahu acabe siendo desalojado del poder más pronto que tarde, pero yo, si fuera israelí, no las tendría todas conmigo: el viejo marrullero lleva años hurtando su cuerpo al sistema y es capaz de lograrlo una vez más; a fin de cuentas, pasar de la Knesset al talego no le hace gracia a nadie.