El europeo frugal
A sus 53 años, y tras bastantes como primer ministro de su país, Holanda, Mark Rutte se convirtió hace nada en la bestia negra de los países del sur de Europa, concretamente de España e Italia, a los que acusaba veladamente de manirrotos a la hora de hablar del dinero que la Unión Europea debía soltar a sus miembros para hacer frente a la crisis derivada del coronavirus. En España se impusieron dos actitudes a su respecto, y la verdad es que ninguna de las dos me hizo especialmente feliz ni me llevó a sentirme orgulloso de mis compatriotas.
Por un lado estaban los mezquinos aspirantes a calvinista (abundaban entre ellos los nacionalistas periféricos y los seudo izquierdistas con tendencia al cainismo) que aplaudían la supuesta racanería de Rutte con los del sur, aduciendo que éramos una pandilla de tarambanas en los que no se podía confiar porque nos gastábamos el dinero en chorradas; para estos ciudadanos teóricamente ejemplares (algunos de los cuales no ven despilfarro alguno en el gobiernillo de Chis Torra, por ejemplo), a los españoles hay que atarnos corto para que no estiremos más el brazo que la manga, pues merecemos el maltrato de todos los Rutte de este mundo porque, en cuanto se deja de vigilarnos, nos lo gastamos todo en vino y mujeres (en vez de en falsas embajadas de naciones inexistentes, que eso sí que es una inversión razonable). Separatistas y pabloides, que componían el grueso del sector cenizo, no se daban cuenta de que la posible tacañería del frugal señor Rutte también la iban a sufrir ellos en sus carnes; y si se daban cuenta, daban por bueno el castigo con tal de que España lo pasara mal.
En el otro extremo teníamos a los defensores de la España eterna y de las teorías de Raffaella Carrà según las cuales, para hacer bien el amor hay que venir al sur. Ya lo decía Manolo Escobar: “Porque en España lo que sobra es la hidalguía”. Los representantes de este sector consideraban al señor Rutte un malaje y a sus compatriotas unos muermos que no saben lo que es disfrutar de la vida. Poco más o menos, acusaban a Rutte y a sus conciudadanos de envidiarnos por la alegría de nuestro carácter, la belleza de nuestras mujeres, lo privilegiado de nuestro clima y la calidad de vida de la que disfrutamos hasta cuando nos morimos de hambre. En España no se ha tirado jamás el dinero. A lo sumo, a veces se ha invertido con excesiva alegría, como cuando el aeropuerto de Fabra o todos esos kilómetros de AVE que no sirven para nada. Pequeñeces. Excusas para que los perdonavidas del norte la tomen con nosotros. Menuda pandilla de siesos. Y el peor, Rutte.
Luego se ha visto, con los 140.000 millones que nos han tocado en la rifa de la UE, que el señor Rutte no era tan malo, ni nos tenía tanta manía, ni deseaba vernos hundidos en una necesaria miseria. La extrema derecha holandesa le ha tildado de calzonazos. ¡A él, que también es de derechas! Y ha resultado que el tal Rutte solo era un calvinista conservador partidario de que se devuelvan los préstamos; ni un héroe de la austeridad, impartiendo necesarias lecciones de frugalidad a los chisgarabís del sur, ni un supremacista que desprecia a los mediterráneos. Y que, como todos los políticos europeos responsables, siempre hace caso de lo que dice Angela Merkel.