Donald Trump
La ley, el orden, la estupidez
Yo diría que Donald Trump está empezando a considerar la posibilidad de perder las próximas elecciones a la presidencia de los Estados Unidos. Aunque diga que las encuestas que conceden ventaja a Biden son falsas, hasta Trump sabe que no lo son: su aprobación por los ciudadanos va bajando a diario; su gestión de la pandemia del coronavirus ha sido incoherente, contradictoria y, en definitivas cuentas, catastrófica; su reacción a la muerte violenta de un compatriota negro a manos de un policía blanco no fue especialmente brillante: convertir a los que protestan en peligrosos terroristas es de una mala fe ofensiva; echarle la culpa de todo a los chinos suena a maniobra desesperada, aunque los chinos, ciertamente, tengan la culpa de muchas cosas y su país sea una dictadura asquerosa a la que no le afeamos la conducta por motivos económicos; desplegar a la policía por ciudades con alcalde demócrata con la excusa de hacer frente a la subversión de los supuestos bolcheviques que se esconden tras la pancarta que pone Black lives matter suena a maniobra más propia de una dictadura como la china que de una democracia como la norteamericana; y lo de cerrar el consulado chino en Houston no pasa de la baladronada propia de un matón profesional…
El Donald empieza a dar señales de desesperación. Cuando ya daba por seguro un segundo mandato, se le han interpuesto en su camino el coronavirus, un negro al que no se le ocurre nada mejor que dejarse matar por un poli blanco, unos manifestantes que él considera peligrosos comunistas anti norteamericanos y los malditos chinos, que solo piensan en jorobarle la existencia (¿se habrá dado cuenta el Donald de que no es tan diferente a Xi Jinping?, me pregunto, ya que su afinidad con Vladimir Putin es evidente y la encaja con una satisfacción digna de mejor causa).
Si los demócratas hubiesen encontrado algo mejor que Joe Biden, ya podríamos despedirnos del Donald para siempre, pero parece que en el partido de Obama no abundan los candidatos ilusionantes: Bernie Sanders es un marxista rancio y gruñón que no le acaba de caer bien a nadie; Alexandria Ocasio Cortez es demasiado joven, demasiado hispana y, tal vez, demasiado guapa; Pete Buttigieg era abiertamente gay, cosa que hoy día no tiene ninguna importancia, pero ustedes ya me entienden; y del que mejor me caía, Beto O'Rourke, se deshicieron a las primeras de cambio.
Como en la novela de Agatha Christie Diez negritos, fueron desapareciendo los candidatos a la nominación demócrata hasta que solo quedó Joe Biden, un hombre cuyo principal logro registrado hasta la fecha es el de llegar al final de sus discursos sin dormirse. Si gana las elecciones no será, evidentemente, porque la gente le adore, sino porque ya no puede más con el bocazas de color anaranjado al que lleva soportando los últimos cuatro años y que yo diría que no piensa dejar de meter la pata hasta el mismo día de las elecciones. De momento, yo, en su lugar, le ofrecería la vicepresidencia a Kanye West: puestos a hundirse, lo mejor es hacerlo a lo grande.