Frederic Oudea, presidente de Revolut en Europa Occidental
La revolución tecnológica es imparable y el mundo vive un tiempo inédito en el que modelos, ideas y costumbres tradicionales tratan de convivir con realidades que avanzan a tal velocidad que, en ocasiones, se devoran entre ellas. En este punto, la transición hacia la dimensión tecnológica resulta más complicada cuanto más tradicional es el ámbito al que llegan de forma meteórica los nuevos escenarios para instalarse.
Sin duda, uno de los más tradicionales, uno de los negocios más antiguos, es el financiero. La llegada de los neobancos ha supuesto una disrupción que ha contado con una acogida enormemente cálida por parte de los usuarios, especialmente los más jóvenes por su afinidad con las nuevas tecnologías; pero no tanto por la banca tradicional ni por los reguladores, que se ven desbordados a la hora de adaptarse a un nuevo horizonte que sobrepasa todo lo imaginado hasta ahora.
El debate está instalado en el sector. Y también la polémica entre una banca tradicional que denuncia privilegios para los nuevos actores y los neobancos, que claman contra las barreras que, a su juicio, encuentran en su camino por la presión del sector.
Como en cualquier circunstancia de este tipo, es más que conveniente buscar un punto de equilibrio. En el caso de Revolut, ha asombrado en los ya múltiples mercados en los que ha entrado por su capacidad para operar y captar usuarios. Pero, al mismo tiempo, también entraña un riesgo para quienes deben velar por los clientes y se encuentran con dificultades para adaptar sus modelos a los nuevos esquemas de negocio. Lo deseable será una adaptación mutua para evitar riesgos en los sistemas que afecten al resto de ámbitos de actividad económica.