Los ocho años de lamentos de Pepe Antich
La fulminante destitución de Fernando Garea como director de El Periódico de España a los tres meses de su designación ha puesto de nuevo en el foco de la actualidad la relación entre los editores de prensa y sus altos empleados periodísticos. Javier Moll ha sido contundente y, al igual que hizo en El Periódico de Cataluña donde despidió a Anna Cristeto como directora a los 11 meses de su llegada al cargo, ha cambiado a la persona que dirigía el medio con el que pretende aterrizar en la corte madrileña en disconformidad con sus resultados y orientación.
No ha sido ni el primero ni el último. Jesús de Polanco, desaparecido editor de El País, sostenía que el empresario de prensa que cambiaba tanto de directores cavaba su propia tumba. Y en Barcelona algunos recuerdan una salida no tan rápida pero igual de contundente. Recientemente, aún se hablaba de eso en una mesa ilustre:
--“Me decía que yo era uno más de la familia, de verdad”, se quejaba el más parlanchín.
--“Que era uno de los suyos. Pero, claro, en un momento dado me cesó de un día para otro. Sin más”, insistía.
--“O sea, que podías ser uno de sus hijos”, respondió prudente, sin mojarse demasiado, su interlocutor.
--“Si, más o menos. Aunque no me atrevería a decirlo, ya sabes cómo es Javier”, remataba el quejoso.
Las frases pertenecen al coloquio que mantenían dos personajes muy conocidos de la vida pública catalana mientras daban cuenta de los platos concienzudamente preparados por el equipo de Carles Gaig en el Petit Comité, un restaurante-boutique del centro de Barcelona, en la zona que podríamos llamar el triángulo de oro de la restauración local, que se ha puesto de moda.
Comieron en un rincón de la sala principal, medio ocultos a los ojos de los curiosos. Pero la voz aflautada de Pepe Antich permitía oír sus lamentos más allá de lo aconsejable.
Para los clientes que asistían a la escena lo más llamativo de las quejas del periodista de La Seu d’Urgell tenía poco que ver con el fondo del asunto, que ya es sobradamente conocido –en 2013, Javier Godó le forzó a dejar la dirección de La Vanguardia, a la que llegó en 2000 gracias a la presión de José María Aznar--, sino con la identidad del discreto paño de lágrimas con el que compartía mesa y mantel.
A la salida del local, el propio Gaig hacía guardia para despedir a los dos ilustres, sobre todo al acompañante y confesor del ahora director de elnacional.cat. Nada más y nada menos que el desaparecido de la vida pública y presidente de la Academia Catalana de la Gastronomía, Carles Vilarrubí, socio de la familia Godó en el negocio más rentable del grupo, la independentista RAC1, además de hombre del sector negocios de la antigua CDC, esposo de la millonaria Sol Daurella (Coca-Cola) y viejo asistente de Jordi Pujol (en cuyo proceso judicial permanece imputado) en las primeras campañas electorales.