Marta Rovira sigue viviendo en su retiro dorado, ella lo llama exilio, de Suiza. En los vaivenes de su partido sobre la investidura de Sánchez, dicen los suyos, tiene una postura ambigua. Quizás le preocupa cual será su ubicación en ERC tras el congreso del partido que se celebrará en septiembre y, por tanto, juega a tener huevos en todas las cestas.

Su vida personal está ordenada. Su marido y su hija han trasladado, hace meses, su residencia a Suiza dejando la plana de Vic. Él mantiene su trabajo en España gracias a las nuevas tecnologías y la niña se está integrando en su nuevo entorno. Sin embargo, Rovira tiene un pesar. A su hija en el colegio la integraron en una especie de “aula de acogida”, en la que aprende francés, sobre todo francés, y alemán. Hasta aquí todo correcto, pero la profesora suiza tiene la desfachatez de dirigirse a la niña en español, lo que no gusta a la líder republicana porque la cría nunca había utilizado el castellano durante su vida en Vic.