Cuando el pasado 19 de febrero este medio avanzó la información de que Grupo Moll era el finalmente escogido para tomar las riendas del conglomerado editorial de la familia Asensio, Grupo Zeta, la tranquilidad se extendió por las plantas nobles del que es su principal competidor en Cataluña, el Grupo Godó.
Para los editores de La Vanguardia y El Mundo Deportivo, entre otros medios como RAC1, que Javier Moll y su familia tomasen el control de El Periódico de Cataluña y de Sport era una muy buena noticia. Sobre todo, para la aristocrática familia catalana significaba acotar el mayor riesgo sobre su supremacía actual: la irrupción del empresario propietario de Mediapro en el negocio editorial clásico.
A los Godó no les hacía ninguna gracia que Jaume Roures y quienes le acompañan fueran capaces de ponerse al frente del único grupo que podía amenazar su supremacía periodística y en el mercado publicitario barcelonés. Roures hubiera contado con amplios recursos para dar salida a una aventura editorial muy antagónica con los medios de la familia editora.
Nada más respirar profundo, los Godó encargaron a uno de sus hombres de confianza, el director general corporativo del negocio de prensa, Jaume Gurt, que entrara en contacto con los nuevos propietarios de Grupo Zeta para proponerles una alianza en dos ejes importantes de esa actividad: la impresión y la distribución de periódicos.
Gurt cumplió la misión encomendada por el conde y por su hijo, el consejero delegado del holding, Carlos Godó, y se aproximó a los Moll. De la euforia con la encomienda, los editores de la plaza Francesc Macià pasaron a la decepción y al enfado más absoluto. Los representantes de Moll rechazaron cualquier tipo de colaboración entre ambas empresas, al considerar que cada un poseía una estrategia de mercado diferente.
Los Moll, con cabeceras como Diari de Girona o Levante, entre su red de periódicos, tienen sus propios planes industriales y no consideran que la oferta de Javier y Carlos Godó aportase valor alguno para su negocio, sino más bien la interpretaron como una forma de garantizarse posiciones de pseudomonopolio en el mercado. Desde su cuartel general barcelonés, los Moll dieron un rotundo y contundente no a los Godó, que les hizo pasar de la inicial euforia por eliminar al competidor Roures de la mesa de operaciones al desplante de un competidor de estilo distinto en la gestión.