El consejero de Salud del Gobierno de la Generalitat, Antoni Comin, está encantado de haberse conocido. Para el máximo responsable de la sanidad pública catalana, la atención a los heridos tras el atentado fue modélica gracias a las medidas que arbitró su departamento. Lo dice como si el sistema de urgencias se hubiera activado con su llegada a la consejería y que los médicos de urgencias no tuvieran la experiencia necesaria, ni supieran qué hacer sin su dirección política.



Su egolatría y narcisismo ha dado un paso más. Los directores de urgencias de los hospitales catalanes comparten un grupo de mensajería para intercambiar experiencias e inquietudes. Tras el atentado del 17, Comín se ha apuntado a este grupo ante la estupefacción de los profesionales, que no dan crédito al desmesurado protagonismo del consejero. Ahora el grupo apenas cuenta con actividad porque tiene un miembro no deseado.