Sergio Ramos siempre dice que el público es soberano y hay que respetarlo. Sin embargo, este sábado le sentó como una patada en el trasero la estruendosa pitada que le propinó el Bernabéu.
La afición blanca no está conforme con el papel de amo del cortijo que se empeña en ejercer el capitán blanco. Hasta el punto de que él es el encargado de lanzar penaltis y a veces hasta las faltas. En Chamartín lo toman como una broma de mal gusto.
Ramos está bien visto por la afición debido a su carácter ganador y competitivo. Pero no gusta que un jugador más destructor que creativo asuma un papel que en un club como el Madrid debería corresponder a jugadores con mucho más talento. Como cuando sube a atacar y deja la retaguardia vendida. Parece creerse una especie de salvador de la patria blanca.
El elevado ego de Ramos no acepta esas dudas, pero el Bernabéu no teme a la hora de recriminárselo con sonoras pitadas, como hizo contra el Valladolid. El público pedía a Vinicius pero Ramos quiso lanzar el penalti. Desafiante, lo metió a lo panenka.
El capitán crecido
Luego, Ramos se llevó la mano al escudo, con fuertes palmadas, como reivindicando ante el público que es uno de los suyos. Que es el capitán con quien se levantaron las tres Champions consecutivas. Que le respeten. Pero al Bernabéu todo eso se la trae al pairo. No hay memoria.
Es por este motivo que el camero estaba tan cabreado al final del partido. Y se mordió la lengua. Pero ni con esas evitó celebrar de forma ridícula su gol de penalti.
Este no es el único documento polémico que Ramos ha compartido en sus redes sociales. Todavía peor es el vídeo que publicó marcando de tijereta en un entrenamiento.
El capitán blanco pegó un espléndido disparo en el aire a pase de Odriozola. Pero lo mejor no es eso, sino la cara de soberbia que pone tras el gol. Esa chulería que no se la aguanta, no tiene precio.