El fútbol es muy caprichoso. Y cuando el FC Barcelona entra dentro de la ecuación, el resultado es del todo imprevisible. Tras tres años de batacazos devastadores en la Champions con las eliminaciones de Roma, Liverpool y Lisboa a manos del Bayern, esta temporada el Barça se despide de Europa de forma prematura --no caía eliminado en octavos desde 2007, con Joan Laporta como presidente-- pero mucho menos dramática. Con un empate en París y una eliminación incontestable en cuanto a resultado (5-2), los azulgranas se marchan de la capital francesa con la moral, curiosamente, por las nubes.
El partido del Parque de los Príncipes no iba tanto de remontar, algo que ni siquiera el propio Koeman del "nada es imposible" se llegaba a creer del todo, sino de que los jugadores se demostrasen a sí mismos que eran capaces de competir contra un rival que fue abusivamente superior en el Camp Nou. Lo que se vio el miércoles por la noche en el estadio del PSG no fue un buen marcador, pero sí un gran despliegue de actitud, trabajo, buen fútbol y ambición. Una demostración de capacidad para imponerse a un contrincante a priori superior.
21 lanzamientos y 67% de posesión
Los 21 lanzamientos efectuados por la escuadra culé --nueve atajados por Keylor Navas, seis fuera, cinco bloqueados por la defensa y un gol-- contra los solamente siete del PSG (tres a puerta) sumados al 67% de posesión y otros datos clave como el número de pases completados (803 contra 280) dicen mucho del dominio aplastante que ejerció el Barça en París. Los de Koeman se dejaron el alma en el intento de remontada, pero cometieron el descuido de haberse olvidado la puntería en casa.
Dembelé, en una acción contra el PSG | EFE
El técnico holandés acertó en su planteamiento intrépido, tan ofensivo como arriesgado. Apostó por la revolucionaria nueva ubicación de Dembelé, más centrado, letal en la búsqueda del espacio, aunque esteril en la definición. Y se encomendó a la magia de Leo Messi, que tuvo la inspiración para poner la igualada en el luminoso con un zapatazo de genio que desmontó a Keylor Navas, pero pecó de lanzar un penalti con más rabia que precisión. En ese disparo, que hubiese significado ir al descanso con dos goles y la mitad del trabajo hecho, pudo estar la eliminatoria.
La imagen vence al resultadismo
Koeman, un entrenador que demuestra constantemente una enorme capacidad para sobreponerse a las adveridades y aprender de los errores cometidos, no solo acertó en el dibujo (3-4-3 con De Jong de central) y la gestión del partido. También supo tocar la tecla de la motivación a sus pupilos, que lo intentaron de manera incansable para dejar una buena imagen en Europa. Y lo lograron. Hasta el punto de que, por una vez, el cansino resultadismo quedó en segundo plano. "Volveremos el año que viene", amenazó Griezmann. Eliminados, pero orgullosos.