Una mousse de chocolate, un mono de peluche, una almohada de plumón, un trozo de pan mojado y el corazón de cualquier ser humano digno de tal nombre después de ver los 30 primeros minutos de la película 'Up' son las únicas cosas un poco más blandas que la defensa del Barça en la ida de semifinales de Copa contra el Sevilla. Los azulgranas dieron toda una exhibición de molicie, empezando por un Busquets que ya nunca va al suelo y terminando por un Umtiti que no para de caerse.
El cansancio contribuyó mucho a desmadejar al once culé hasta convertirlo en un plato de natillas, eso sí. Entre otras cosas, porque los de Koeman se han abonado a remontar. Y las remontadas otra cosa no, pero cansan. También son una conocida antesala de la derrota. Uno que sabe mucho de remontar partidos es, por ejemplo, el Real Madrid, que ha ganado tres Ligas en los últimos diez años. En el Bernabéu conocen bien la escasa distancia que existe entre lo emocionante y lo paupérrimo. Por eso durante su actuación en el circo los equilibristas nunca caminan sobre la cuerda floja más de una docena de veces: la reiteración del desafío a la gravedad solamente sirve para aproximar la certeza de la caída.
El Barça ya anduvo cerca de darse un trastazo el domingo, durante el primer acto de su doble duelo sevillano. Solo la fe de Trincao por recuperar un balón perdido y su pericia para disparar contra el cuerpo de un rival, en lugar de tan limpio y poco efectivo como de costumbre, condujeron el balón a la red y los tres puntos al casillero azulgrana en una llamarada de orgullo. Pero si la mejor virtud del Betis es la velocidad, tanto en las piernas de Álex Moreno como en las meninges de Fekir, la del Sevilla es la fortaleza de sus músculos largos, encarnados mejor que nadie en la sublime maquinaria de un Jules Koundé eléctrico e hidráulico a la vez.
Durante muchos minutos, el Barça jugó mejor al fútbol. Pero todo lo que consiguió fueron córners que no le sirvieron para nada, porque mandaba a los clavos a rematar contra los martillos. Una ocasión de Messi en la primera parte y una falta del propio Leo con magnífica respuesta de Bono fueron los únicos azucarillos de la infusión azulgrana. Una tisana amodorrante que puede haberle costado la Copa.
El que tenía cafeína de sobra era Riqui Puig, pero Koeman no tuvo a bien asomarlo al césped hasta el 85'. No fuera que alguno de los once jugadores que aguantaron idénticos minutos sobre el césped se volviera al vestuario sin una sensación de derrota absoluta. Igual soy yo, pero este Tintín se parece cada vez más al Capitán Haddock. Y no sé si tengo yo el cuerpo para más decisiones erráticas y ristras de maldiciones contra el PSG, esa especie de ectoplasmas iconoclastas que lo mismo de aquí a junio dejan al Barça sin Champions y sin número diez. Contra esos también hubo remontada, claro. Y menuda remontada. Casi mejor no pensarlo.
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