En septiembre de 2011 escribí una columna titulada '¿Quién teme al Neymar feroz?'. Por aquel entonces, el risueño Ney era un imberbe proyecto de crack, niño mimado de Brasil y pretendido por el fantasmagórico Real Madrid de Mourinho. Se sabía que al muchacho no le hacía especial ilusión acabar a las órdenes del Profesor Mouriarty, desagradable malvado de folletín que, según él, nunca iba a entrenar al Málaga. Por suerte para el equipo blanquiazul, desde entonces se ha conformado con condenar a la irrelevancia y la mediocridad a grandes clubes como el propio Madrid, el Chelsea o el Manchester United a precio de oro.
De modo que el por entonces presidente del Barça, Sandro Rosell, empezó a cortejar a Junior y su pai. Sin embargo, la imagen de Neymar encendió las alarmas de un sector del barcelonismo, preocupado por su desmedido personaje mediático, por sus supersónicas y aspaventeras croquetas sobre el césped cuando recibía patadas y por sus impulsos de pisotear a algún rival a modo de venganza por las mismas. Ney era joven, caprichoso, algo conflictivo y, tras la mala experiencia con Zlatan (el mejor del mundo solamente en su hueca cabezota), la culerada tenía más ganas de dejar trabajar en paz a Pep (y a Xavi, Iniesta y Leo) que de pensar en el futuro. Hubo quien incluso interpretó que el flirteo con Neymar era una maniobra directamente antiguardiolista por parte de la presidencia.
El resto de la historia es conocida: lección de fútbol al Santos en la intercontinental de 2011, adiós de Pep al final de esa misma temporada y, en mayo de 2013, anuncio del fichaje del 10 de Brasil. Para entonces er shico, que diría Lopera, había madurado una miaja. Llegó con humildad a un equipo tocado por el revolcón del Bayern en semis de la Champions y, además, sobre todo, en primer lugar, dijo 'no' al Madrid. Luego aterrizó bien en Can Barça. Mejor de lo esperado, de hecho. Lo confirman las fotos de sus asados con Messi y Luis Suárez, los más de 110 goles que firmaban entre los tres año tras año y el triplete de 2015. Hasta la fatal infidelidad que llevó al alocado Neymar a astillar 222 millones para largarse al PSG y jugar en una liga menor.
Allí no ha sido feliz, como tampoco lo fue el delirante Zlatan ni nadie que haya fichado por ese club de juguete desde un equipo de élite. También se ha lesionado pero bastante. Especialmente en el tobillo derecho, el mismo que ya se lastimó de azulgrana cuando al Tata Martino, ese ser de cuya etapa en el banquillo del Barça espero que alguna vez Xavi cuente la verdadera historia, se le ocurrió la brillante idea de sacarlo a jugar contra el Getafe en una vuelta de Copa resuelta en la ida cuando convalecía de una lesión anterior.
Esa, su estado físico, debería ser la mayor reserva del Barça a la hora de valorar su retorno. Porque el precio y el salario son pecata minuta en vista de que, como en 2013, Ney prefiere jugar en el Barça que en el Madrid, donde sospecha que el tal Jovic no le va a devolver ni una bola en condiciones. Messi ya ha dado su visto bueno, el presi siempre ha sido un conciliador (miren a Griezmann, tan amigos) y el PSG está puñetero, como siempre. Pero ya se teme que, haga lo que haga, en esta ocasión hará el ridículo.
El barcelonismo, como confirman todas las encuestas, está dividido. Muchos quieren perdonarle en el Barça pero también son un cerro los que preferirían odiarle de blanco. Para estos últimos, Neymar rima con fracasar. Hasta que se vuelva a ir de tres tíos y la enchufe por la escuadra dos días antes de volar al cumpleaños de su hermana. No hay corazón tan, tan feo como para que no lo derritan el Jogo Bonito y la sonrisa Profidén del mejor futbolista-producto del mundo.
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