Una de las características más definitorias del modelo de juego del Barça es que su centro del campo no es solo un conjunto de futbolistas, sino un ecosistema. Sus especímenes buscan sin cesar las esquinas del cuadrado, y al hacerlo interactúan con el medio, pero también son simbióticos: su comportamiento influye en el de los demás y asegura la viabilidad del proyecto común o lo condena a la extinción. Juntar el bloque, dividir con conducciones oportunas, buscar al hombre libre, mirar antes de recibir y priorizar el primer toque son los mandamientos generales de Xavi, como antes lo fueron de varios técnicos inequívocamente garantes no solo del estilo sino, más importante aún, de su evolución. Pero, tarde o temprano, sus predecesores se enfrentaron siempre a dilemas gordianos, disonancias demasiado complejas para una hoja de ruta general y que necesitaban soluciones particulares.
Por ejemplo, Pep Guardiola se encontró con que Yaya Touré y Busquets no mezclaban bien juntos. Y más adelante con que Iniesta prefería el centro del campo a esa posición de falso extremo izquierdo a la cual quiso asomarlo con toda la astucia del mundo. Años más tarde, Luis Enrique tuvo que convencer a Rakitic de que se alejara de la media punta para servir y proteger a Dani Alves en sus incorporaciones como cuarto delantero del tridente. Y ni el corajudo exseleccionador ni Ernesto Valverde supieron muy bien qué hacer con Arda Turan. Todas dificultades que pueden parecer menores, pero cuya resolución determinó en gran parte su trayectoria como máximos responsables del banquillo culé.
De forma similar, las manifestaciones públicas de Xavi respecto a Frenkie de Jong en sus primeros meses al frente del Barça fueron un preámbulo del que se iba a convertir en su reto más importante: convertir al centrocampista holandés en protagonista de un equipo capaz de reeditar títulos y evitar una venta que, incluso generando una plusvalía muy necesaria para el club, hubiera apestado ineludiblemente a fracaso. El de Terrassa insistió mucho en que el rubio reactor del Ajax debía jugar de interior, aprovechando su pulcritud con la pelota para generar soluciones en espacios reducidos con pocos toques, y usar su innata capacidad para dividir como trampolín que lo acercara al área y le permitiera marcar más goles. No digo que le faltara razón, pero adjudicándole ese rol en el fondo daba su bendición a mantener al león enjaulado, al tiempo que explicitaba cierto recelo en sus capacidades para relevar a Busquets en el pivote.
Sin duda, a Xavi le preocupaba que las prestaciones de Frenkie influyeran negativamente en el ecosistema si jugaba de '4' con asiduidad. Pero la sensación de que su encaje como interior clásico es problemático a muchos niveles seguía siendo palmaria, en especial al llegar los partidos de mayor trascendencia. Después de unos cuantos tropezones graves y de decir adiós a la Champions por segundo año consecutivo, Xavi ha hecho al fin ciertas concesiones en busca de un equilibrio menos precario en la zona que él mismo pasó tantos años administrando con sublime brillantez.
Ampliar el mapa de calor de De Jong, favorecer su albedrío posicional y, en definitiva, utilizarlo como líbero de facto pese a que eso supone alejarlo del área y renunciar a determinadas certezas en la circulación es una solución que ha resultado todo un éxito en los últimos partidos. Entre otras cosas porque indirectamente ha facilitado el desempeño de Busquets y además ha acercado a Pedri al área rival, noticias excelentes ambas. De pronto, da la impresión de que el legado de Xavi dependerá en gran parte de ser capaz de seguir renunciando a ese control que a veces lleva hasta el paroxismo y confiar en los inescrutables designios de un futbolista único cuya enrevesada ciencia puede, en el contexto correcto, llegar a ser indistinguible de la magia.
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