En los primeros dos partidos de la reanudación de la Liga tras el horror del virus, Quique Setién ha puesto en marcha la centrifugadora: dos onces con cinco variaciones entre el Mallorca y el Leganés, y ambos partidos saldados con los cinco cambios hechos. Una prueba fehaciente de que el técnico cántabro ha escrito con letras mayúsculas en la columna de 'Riesgos' que le pueden impedir levantar su primer título de Liga la falta de frescura y la previsibilidad del equipo, que se mide ante casi una docena de rivales imprevisibles.

Ya le advertía hace una semana, astuto lector, que este season finale de la Liga iba a traer malos tiempos para la lírica y los equipos fantasy. Si hay un momento pertinente para sacar partido a una plantilla llena de internacionales es este torneíllo tan excepcional. Más aún si cabe cuando uno va líder y lo tiene todo que perder.

Entre la estructura y el zafarrancho, Setién ha optado por lo segundo. Y es totalmente comprensible, pero también azaroso. Como si se tratara de un ejercicio de conservación gigante en un entrenamiento, donde los efectivos con peto y sin peto rotaran cada 5 minutos, el carrusel de jugadores que ha puesto en marcha Quique garantiza la viveza pero no tanto la precisión.

Él mismo adelantó su propuesta, avisando de que el asunto de los cinco cambios y las hidrataciones eran espinosos para su equipo, acostumbrado a dominar desde el ritmo y el agotamiento de los rivales. Por supuesto, muchos le tildaron de llorón, pero ni toda la bilis del mundo puede esconder que se han cambiado las reglas del juego a mitad de partida y que, como es natural, cada equipo tiene sus mañas. Habría que ver qué sería del Madrid si no lo dejaran marcar goles en fuera de juego.

Las diferencias entre el desempeño del Barça en Mallorca y el del otro día contra el Lega fueron notables. Casi tantas como tener a Jordi Alba o a Junior Firpo en el once. Pero más allá de los nombres, queda la sensación de que esta mini Liga premia la efervescencia, la llegada y la verticalidad, y de que Setién no tiene ningún problema en flexibilizar sus fórmulas y patrones de juego para favorecerlas.

Mañana, en el Pizjuán, se verá hasta dónde se extiende su plan de coyuntura. El míster azulgrana tendrá que optar por la fiabilidad de un once con peso y veteranía (Luis Suárez incluido), o bien oponer a un equipo con buen pico de forma como el sevillista una primera oleada de futbolistas de mayor frescura. Nombres como los de Braithwaite, Ansu o Vidal pueden ser el combustible que el Barça necesita en su sala de máquinas, porque si supera este escollo limpiamente se lanzaría a una importante velocidad de crucero hacia el campeonato.

En cualquier caso, a la dificultad de acertar con el once en un escenario tan complicado y en unas circunstacias tan extrañas, se añade la del uso estratégico de los cambios. Son casi dos partidos en uno, así que una victoria en el Pizjuán casi vale por cuatro. Son matemáticas pardas, lo sé, pero tanto si el Barça se impone en Sevilla y acaba cantando el alirón como si todo se tuerce, habrá que recordar que por una vez el técnico culé no solo buscó la pasión del buen juego sino que fue calculador, incluso taimado.

Y habrá un debate sobre eso, seguro. Especialmente si el resultado es bueno. Yo no lo menospreciaría, porque puede llegar a convertirse en uno de esos debates que cambian la historia de un club.

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