Marcus Rashford en el Barça-Girona

Marcus Rashford en el Barça-Girona FCB

Juanito Blaugrana, un Culé en La Castellana

La presión, pero también la posesión

Publicada
Actualizada

Noticias relacionadas

El Barça acudió puntual a su cita con el funambulismo a la vuelta de las fechas FIFA, y casi resucita a un Girona que ha ido perdiendo calidad y pedigrí con el paso de las temporadas. Tampoco en su visita a Montjuïc del sábado reinventaron los de Míchel el juego de posición, que digamos. Pero sí fueron capaces de mezclar entereza defensiva con astucia para generar peligro en cada pérdida de balón de los azulgranas. Varias de sus ocasiones más claras fueron envíos a la espalda de Cubarsí y Éric que terminaron en algunos manos a mano de auténtico infarto. Y el agónico tanto de Araújo en el descuento no restaña la preocupación del barcelonismo al contemplar la sorpresiva endeblez de su equipo.

Narradores y comentaristas de todo el mundo no paran de repetir la misma estadística en distintos idiomas: el Barça deja en fuera de juego a los rivales en los partidos de esta temporada ocho veces menos, en promedio, que durante el primer curso de Flick. La conclusión fácil y mil veces repetida es que "les han pillado el truco". Y eso es fácil decirlo, pero difícil explicarlo. ¿Buscan los contrarios más a menudo a sus compañeros que 'pican' al desmarque desde segunda línea? Es cierto. ¿Han dejado algunos a un 'delantero boya' en casi permanente fuera de juego para tratar de confundir a la línea defensiva azulgrana a la hora de medir las distancias en las salidas de sus extremos e interiores? Y tanto que sí. ¿Se marca al hombre a los creadores de juego del Barcelona para obligar a que los centrales y, sobre todo, los laterales, arriesguen más con el pase? Evidentemente. Pero esta fragilidad que exhibe el campeón de Liga no se debe solamente a que los otros equipos hayan hecho los deberes este verano, ni mucho menos.

Lo que preocupa de verdad a la culerada es que dos situaciones del juego se vienen repitiendo machaconamente en los últimos partidos del Barça: las salidas del rival con el balón controlado, pese a la presión de delanteros e interiores, y las pérdidas cerca del círculo central. Ambas tienen antídoto, pero los equipos que alinea, o mejor dicho, que ha podido alinear Hansi Flick no son capaces de inoculárselo. La primera de ellas exige apretar al rival con esfuerzo y fe en el robo de balón o, al menos, en la flaqueza del defensor rival para provocar su imprecisión en el pase. Es decir, bastante más de lo que hacen Ferran, Dani Olmo, el disimulado Rashford, que siempre arranca el sprint pero nunca lo termina, o Lewandowski. Si el polaco pudo ser titular el año pasado fue porque Raphinha presionaba por él y, como decíamos en el cole, por todos sus compañeros también. Sin el lobo brasileño en el campo, el Barça muerde poco y, francamente, ladra como un chihuahua.

Por su parte, la impaciencia en la construcción de las jugadas sirve para explicar por qué la posesión del balón aún importa más de lo que muchos culés están ya dispuestos a reconocer. Circular el esférico desde la pausa, buscando la ruptura de líneas con cambios de ritmo en el pase o la conducción en el momento propicio, es un arte que sobrevive a marcajes, jaulas e incluso patadas. Pedri o Cubarsí lo intentan a menudo. Pero sus compañeros casi nunca les siguen.

Y no solo es importante la conservación porque endulza los esfuerzos propios y amarga los del otro, sino porque reducir los contactos del rival con la pelota disminuye drásticamente su precisión con ella cuando la tiene en los pies. El juego directo de los de Flick mantuvo al Girona defendiéndose, sí, pero también activo y esperanzado durante demasiados minutos de un partido que, sinceramente, mereció ganar. Me temo que el Barça no sobrevivirá a muchos más partidos de ida y vuelta, de modo que debe elegir pronto: ser domador o seguramente acabar domado. Para empezar, en el Bernabéu.

P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana