Lamine Yamal, decepcionado ante el PSg EFE
La culerada vive otro parón de octubre buscando, sin quererlas encontrar, crucecitas rojas junto al nombre de sus jugadores en las fichas de clasificatorios y amistosos internacionales. Vistas las últimas cuentas del club, no está el Barça como para pedir todavía más dinero a Goldman Sachs al objeto de ampliar la enfermería, así que las cuitas con el deshonesto seleccionador español y algún otro más parecen de sobra justificadas. Los dos últimos partidos de los futbolistas azulgranas antes de cambiar de piel acabaron con derrota y una impresión de flaqueza, luego es natural que el barcelonismo, viendo a su equipo atribulado, sienta la necesidad de reagruparlo y protegerlo.
Pero ese sustrato de paranoia, condescendencia, revanchismo e incomprensión no es más que una combinación de piruetas en un ejercicio de ingenuidad. El futbolista del Barça, exactamente igual que cualquier otro deportista de equipo que se desempeñe en la élite, piensa primero, segundo y tercero en la distancia que va de la taquilla en su espalda al móvil en su mano. Y, con el paso del tiempo, tiene las mismas dificultades que todos los demás para recordar exactamente con qué compañeros compartió vestuario en cada temporada.
Es año de Mundial, y la realidad es que todos los internacionales de Flick aceptan de muy buen grado los riesgos de ir a su equipo nacional con fatiga, molestias e incluso lesiones menores, especialmente si lo ven candidato al título. No están, en cambio, por la labor de jugar partidos de competición en Estados Unidos u Oriente Medio, ni aún explicándoles que si quieren cobrar 8 millones netos anuales en lugar de tres ya se pueden ir subiendo al avión, porque en el PSG y el City no caben todos. Y sus novias (o novios, que también los habrá) les importan tanto, tanto, tantísimo y, de repente, tan poco como a cualquier otro postadolescente con nulo interés en el día de mañana. Peleas, ansiedad, celos, lujuria y ostentación son el día a día de una cuadrilla de jóvenes cuyas peripecias fuera del campo suelen parecerse más a las de Drenthe o Vinicius que a las de Van Nistelrooy o Zidane.
De hecho, cuando Ibrahimovic se quejaba en su más bien poco interesante autobiografía de que sus compañeros blaugrana eran "como niños de colegio", su fatuo intento de reproche ocultaba en su interior un delicado elogio. No solamente el Barça contó en aquel cambio de la primera a la segunda década de los 2000 con una increíble generación de jugadores criados en La Masía, sino con un nutrido grupo de muchachos que ponían el fútbol por encima de casi todas las demás cosas. No es lo usual, y no habría que andar exigiéndoselo con tanta vehemencia a un vestuario, el actual, que deberá evolucionar para no malograrse. Como la inmensa mayoría cuando salen campeones. Confórmese usted, astuto lector, con susurrar un oración por la salud y las ganas de presionar al rival de los actuales cracks azulgranas. Santa María, Virgen Moreneta, 'ora pro pubis'. Y, por favor, no dejes que transcurra tanto tiempo entre un partido de Lamine Yamal con la 10 y otro. Ahora y en la hora de jugarse los títulos, amén.
P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana