Los jugadores del Barça celebran el gol de la victoria ante el Levante EFE
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Hace muchos años, en una clase de B.U.P. muy, muy lejana, quien les escribe leía la prensa deportiva con sus compañeros de pupitre tras la victoria del Zaragoza de Esnáider y Nayim en la Recopa contra el Arsenal. En referencia al inolvidable gol del centrocampista de origen marroquí, casualmente criado en la Masia, uno de esos rotativos que nos manchaban los dedos de tinta, sueños y alineaciones para el Subbuteo comentaba en el pie de foto de su recreación gráfica de aquel obús que nos dejó sin aliento: "Ese balón lo guio la Pilarica".
Algo parecido me vino a la cabeza en la prolongación del Levante-Barça del sábado. Pero esa pelota que flotó dulcemente desde la bota incorrupta de Lamine Yamal hasta la cabeza de Unai Elgezabal y luego bajó a la red no me pareció que la acunase entre sus brazos ninguna aparición mariana esta vez. Pensé más bien en otro ente celestial: un poeta del gol que aún vela por la felicidad de los culés desde las alturas de sus 1,88 metros. Porque en abril de 2022, y vestido con el lila que probablemente sea el segundo uniforme azulgrana más bonito en esta década, Luuk de Jong cabeceó a la red un agónico centro a la olla y atornilló idéntico resultado (2-3) solo un minuto más tarde (92').
Aquel héroe del área salvó ese día al Barcelona de protagonizar un bochorno en Cinemascope. Este fin de semana, aunque la secuencia del penalti transformado por Morales se mantuviera en el montaje final, la película fue bien distinta. El Barça de Hansi Flick es un equipo fino, pero también rocoso, capaz de digerir un bocata de tornillos sin apenas reflujo y de remontar partidos que harían vomitar a una cabra. Tuvo que hacerlo varias veces para ganar el triplete nacional la pasada temporada, y en el Ciutat de València demostró que levantar resultados en contra no es un rasgo contingente sino pertinaz en su desempeño. Una muestra de su carácter que los rivales ya no pueden ignorar. Y eso es una gran victoria moral para el objetivo azulgrana de arrancar esta Liga donde dejó la última: a sus pies.
El Barça no hizo un gran partido, pero lo que le faltó en brillantez y le sobró en desajustes -nunca se supo muy bien si Rashford y Raphinha, debutante por la izquierda y veterano en la media punta, estaban para crear, para finalizar o un poco de ambas- lo compensó con cadencia y voluntad de mover el balón, llegando a zonas de peligro y buscando el rechace afortunado que no favoreciera, como todos los demás hicieron, al equipo local. Pedri, quién si no, lo encontró en un disparo valiente desde fuera del área, y el aura del partido cambió. Los rostros en la grada levantinista se descompusieron, y el fútbol demostró que puede ser muy cabrón pero este Barça lo tiene de mascota. Como a casi todos sus rivales.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana