@juanblaugrana
Marchita su ilusión en una semana para olvidar, al barcelonismo futbolero no le queda otra que encomendarse a la remontada del femenino ante el Chelsea mientras relee aquel poema de T.S. Eliot cuyas páginas tanto ha manoseado en los últimos años: "Abril es el mes más cruel". Cualquier rayito de luz que alumbre la senda para encontrar solaz es bienvenido en este Barça chiquitajo, incapaz de sostener una mínima disciplina competitiva y aplastado por toneladas de remordimiento. El rastro de su temporada es desolador, empezando por los 62 goles que ha encajado entre todas las competiciones y terminando en las cada vez más violentas rabietas de su entrenador, sin duda uno de los representantes más deleznables que ha tenido el Fútbol Club Barcelona en el banquillo en toda su historia.
Quien creyera que la visita de ayer al Bernabéu iba a servir para templar gaitas con un resultado medianamente decente se equivocaba, pues al arbitraje habitual de Soto Grado se sumó que todo en este atribulado club es un pobre sucedáneo. La dimisión de Xavi Hernández, quien sigue dando las más insípidas lecciones de liderazgo burocrático desde su púlpito en ruinas, el compromiso supuestamente innegociable con el fútbol de ataque, la defensa a partir del balón, el orgullo competitivo o el sentido colectivo del juego: nada soporta el más mínimo test de estrés, ni siquiera la presunta buena relación entre los jugadores azulgranas.
Xavi insistía mucho cuando empezaron sus problemas esta temporada en que el vestuario era una familia, ignorando que eso no lo hacía ni mucho menos inmune a la disfuncionalidad. Como muestra, lo inoportuno de Gündogan para hurgar, otra vez, en la herida borboteante de una cruel derrota con la muy alemana y no por ello menos desagradable costumbre de señalar en público los errores de sus compañeros. Alguien debería decirle que si quiere seguir comiendo arroz con bogavante en Sitges durante los pocos años que le quedan de carrera, está más guapo calladito. Has sido de los mejores del equipo esta temporada, Dorothy, pero ya no estás en Kansas anymore. Tampoco fue edificante la respuesta de Araújo, mentando el tribunero recurso de los "códigos" y los "valores".
En el fondo, el episodio entre ambos muestra que términos como "autocrítica", "exigencia" o "responsabilidad" se han diluido hasta niveles homeopáticos en un Barcelona que tiene mimbres más sólidos que hace dos años pero es incapaz de trenzarlos. A estas alturas ya se ha vuelto imposible dilucidar si el equipo necesita mano dura, mano izquierda, escarnio público, conjuras y barbacoas, 200 burpees al día, libros de autoayuda, rituales de santería contra las lesiones o escuchar a su niño interior. Se diría que quizá lo último, viendo el rendimiento de los maravillosamente pueriles Lamine, Cubarsí, Fermín o Fort. Pero es fácil cambiar de idea cuando a uno le salta en el móvil el último bailecito estúpido en Tik Tok de Tractorowski, quien ayer despachó un partido ridículo en la última gran cita antes de su aumento de sueldo.
Lo que seguro que no hace falta es una bola de cristal para adivinar las sonrisas de Mendes, Zahavi, André Cury y algún otro parroquiano del Via Veneto al contemplar el futuro inmediato de un club que, como cualquier entidad valiosa pero a la deriva, corre el riesgo de convertirse en poco más que víctima propiciatoria de tahúres y comisionistas. Cada vez está más claro que Laporta no tiene un plan, solo intenta que el show continúe. Pero la temporada del Barça ha terminado el 21 de abril, y esta bofetada de realidad no la aguanta ni el maestro de ceremonias más carismático. De nada sirve que mientras las luces del teatro se apagan y las butacas se vacían, sobre el escenario haya un grupo de actores bebiendo vino y vociferando "¡venga, la última y nos vamos!". Porque el culé es un pueblo que necesita cuanto antes, como dijo Jovellanos, diversiones y no espectáculos.
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